En 1978, el marketing hollywoodiense encontró una frase mítica. “Creerás que un hombre puede volar”, decía el póster del Superman de Richard Donner, la primera gran película de superhéroes y guía ineludible para quien quisiera acercarse al género. Han tenido que pasar casi cuatro décadas para que pudiéramos creer que una mujer también puede volar. Porque ese es el gran logro de Wonder Woman. Olvidemos Catwoman, Elektra y tantas películas mediocres que apostaban por un personaje femenino como protagonista. Wonder Woman es la que nos va a cambiar esa percepción. No es perfecta, ni mucho menos, y desde luego en el tramo final reúne unos cuantos detalles más que discutibles, pero la película de Patty Jenkins no merece que se minimicen sus logros.
La historia, desde luego jugaba en su contra. Desde luego la del cine de acción, y particularmente el de cómic, protagonizado por mujeres. Sin duda el mal fario que venía acompañando al universo cinematográfico de DC, siempre en el candelero mucho más por sus defectos que por sus en ocasiones algo despreciados aciertos. Y desde luego supera la previsión de que la película fuera en esa línea oscura con la que Warner afronta las películas de este universo de cómic o en la de copiar lo que parecía que iba a ser su referente más claro, Capitán América. El primer vengador.
Wonder Woman, aunque arranca y finaliza conectando con lo que vimos en Batman v Superman (y tranquilidad para los ávidos de conexiones, no hay escena postcréditos ni más líos en este caso innecesarios), es una película independiente que, además, funciona como lo que tiene que ser, una historia de origen modélica en muchos aspectos. Conocemos el origen de Wonder Woman, conocemos por qué se adentra en el mundo de los hombres, pero sobre todo nos adentramos en su alma con una facilidad impresionante. Jenkins aprovecha un buen guion de Allan Heinberg, quien de hecho ya se encargó de un buen reinició para el personaje en el cómic hace algo más de una década, para interpretar a Diana de una manera fascinante, sabiendo sacar su faceta más ingenua, la más bondadosa y también la más poderosa y mitológica.
Gal Gadot, desde luego, es clave para el éxito de la película. No hay nada que haga en la película que no resulta creíble. Y, ojo, estamos hablando de un personaje de sugerente armadura que pregona el amor como la salvación de la humanidad. Tal cual. Pero lo dice Gadot y el espectador cree lo que está diciendo a pies juntillas, tal es el carisma que tiene la actriz israelí, un impresionante descubrimiento que ha hecho suyo al personaje de una manera tan brutal y certera como lo hizo Lynda Carter con la serie de televisión de los años 70. La química que tiene con un Chris Pine espléndido es también clave, no solo para equilibrar el reparto sino como motor emocional de la película, que sabe conjuntar muy bien la parte mitológica en la que aparecen Connie Nielsen y una sorpredente Robin Wright, descubriendo su faceta de heroína de acción a sus 51 años, con la histórica, la de la Primera Guerra Mundial, en la que el protagonismo pasa a David Thewlis, Danny Huston y Elena Anaya.
No se puede decir que el clímax de acción de la película esté a la altura, porque es ahí donde se nota que Wonder Woman no está jugando en la primera división de los blockbusters norteamericanos, es donde queda claro que se han gastado aquí la mitad del dinero invertido, por ejemplo, en la mencionada Batman v Superman, y hay algún que otro cabo suelto, empezando por el personaje de Elena Anaya, que no está a la altura del conjunto. Pero la simple satisfacción de decir que ya hay, al fin, una película que ha sabido entender a una superheroína como protagonista indiscutible de una historia basta para juzgar Wonder Woman como lo que es, un espléndido entretenimiento y un torrente de esperanza, porque abre una vía de optimismo para el futuro del siempre controvertido universo cinematográfico de DC.