Si el arte fuera fácil de describir simplemente no sería arte, ni la plasmación humana de las emociones, ni la sutileza hecha percepción. Los humanos somos esos animales dotados de intelecto cuya mayor fortaleza es nuestra unión, sin embargo, nuestro lenguaje es limitado para expresar composiciones tan propias como el Flamenco.
En mayúscula siempre aparece la bailaora porque el baile mece la música, Mayte Beltrán era la estrella de la noche, arropada por un excelente acompañamiento. La voz de “El Zarrita”, quien a su paso por el televisivo programa La Voz, grabó el pasado año su primer disco ‘Hombre de papel’; al toque David “El niño de la Fragua” y la percusión de Paquito Torres, quien aportó su toque sonero.
Zarrita parece que tuviera plomo en la garganta, que se fuera a quebrar porque los quejíos lo desgarran. Ataviado con americana, fular, sombrero y clínex entonó los palos más reconocidos de este ancestral arte; bulerías, alegrías, soleá por bulería, etc. Tiró por bulerías un tango de los años 40 'Quisiera amante menos', con esa capacidad flamenca de transgredir géneros.
La miscelánea allí presente, casi una pequeña representación del mundo, disfrutaba del cante y el toque, movían la cabeza a compás, además de no faltar los oles y vítores. Cantaor y guitarrista empastan a la perfección no solo porque se conozcan desde los primeros años de juventud, sino por su conocimiento, respeto y buen hacer de este buen arte. A veces la vista se centra en las manos del guitarristas, para tratar de adivinar cómo consigue ese sonido, sin embargo es mejor cerrar los ojos y dejarse llevar.
El flamenco es orgánico y cada espectáculo es diferente porque nace de las entrañas. Nuestro estado de ánimo es altamente cambiante sería inútil asignarle unos pasos, sería mecanizar nuestra reivindicación al derecho de ser volátiles. Aunque el aprendizaje y la técnica son el abecedario, cada cual aporta su esencia, la de Mayte Beltrán es sin duda su elegancia. La pulcritud con la que ejecuta los movimientos, el dominio del lenguaje del tablao, imperceptible para los espectadores, y que mantiene a los músicos en vilo, atentos a sus pasos, disfrutando de la creación presente, porque es un regalo que no vuelve, que solo se puede vivir en ese instante.
Le animo a llenar los tablaos, las peñas, las asociaciones, los teatros, plazas, calles y barrios a compartir esta manifestación tan humana y que tanto nos humaniza. Siéntese en un banco rodeado por desconocidos con una tapa de tortilla de patatas, a los pies de la Alcazaba y comparta con sus semejantes algo más que meteorología y política, vea en el otro a su amigo, solo la unión nos hizo fuertes.