Aguilar de la Frontera, situado en la provincia de Córdoba, siempre ha sido el típico municipio andaluz. Venida a más gracias a la agricultura y al trabajo de la cerámica, parece que Aguilar siempre ha sido un lugar tranquilo. Sin embargo, en el siglo XVI, el foco de todo un reino estaba puesto en este lugar. El motivo, las historias y prodigios que se contaban sobre una religiosa del pueblo: sor Magdalena de la Cruz.
Magdalena de la Cruz, desde muy pequeña, parecía estar tocada por una fuerza divina. A los cinco años, comenzó a tener unas extrañas visiones místicas. Pronto, las visiones se transformaron en milagros que la joven de Aguilar de la Frontera realizaba allá por donde iba.
A los portentos que hacía, como curar enfermos y profetizar acontecimientos que iban a ocurrir, dio paso a los estigmas. Su cuerpo comenzaba a sangrar de manera misteriosa, como si fuera Jesucristo encarnado en una religiosa cordobesa. De hecho, llegó a intentar crucificarse.
La fama de sor Magdalena de la Cruz se trasladó por todo el reino. Despertó la curiosidad del emperador Carlos V, que le pidió una manta bendecida a la religiosa para que cuando naciera su hijo, el futuro Felipe II, fuera recubierta con ella. También llegó a ser admirada por la propia santa Teresa de Jesús y envidiada por el mismísimo san Ignacio de Loyola. Era considerada como una santa en vida y, sin embargo, todo se fue al traste de por vida.
Durante una grave enfermedad que tuvo, Magdalena de la Cruz comenzó a delirar. Entre esos delirios reveló que, en realidad, las profecías y portentos que hacía, eran obra de un demonio que la acompañaba allá donde iba. Incluso confesó haber visto al Diablo y estar embarazada.
De pronto, la fama de aquella religiosa se volvió se esfumó de un plumazo. Fue considerada como poseída por demonios y la Inquisición entró de lleno contra ella. Acabó siendo condenada por el Santo Oficio en un auto de fe celebrado en Córdoba en 1546. Su condena, acabó con Magdalena de la Cruz: fue encerrada de por vida en un convento de Andújar, en el que murió.
Confinada en un templo religioso acabó la historia de una monja que pasó de ser considerada como una santa en vida, por sus estigmas y milagros, a ser tratada como un demonio encarnado en el cuerpo de una desalmada mujer.