Un piano y doscientas velas. La Alcazaba de Almería al atardecer. Lo que presencié no entendía de palabras, aunque haga ahora uso de ellas para intentar transmitir una sensación, un sueño.
David Gómez empezó a tocar el piano por puro azar. Su madre quiso comprar uno siendo él un niño y con la adquisición del instrumento en aquella tienda de Mallorca se regalaban diez clases de iniciación en las que el profesor advirtió que, pese a su corta edad, David ya sabía colocar las manos sobre las teclas como si hubiese nacido para ello. No se equivocó.
Asistir a un concierto de este aclamado artista supone tener que preparar los sentidos para una experiencia fuera de lo común: los lugares elegidos son mágicos, el comienzo inusual, la mezcla de instrumentos sorprendente, la propia presencia de David inspiradora y, claro, sus composiciones con el piano hacen que el viaje interior comience ya desde el propio asiento. No es habitual que un pianista cuente con el virtuosismo de que hace gala este autor para compartir la manera en que un tema fue gestado, de forma que cada uno de los espectadores lo acompañe en el proceso de creación. Cuando llega la música, la imaginación ya ha volado al faro, a la playa, al atardecer, a las nubes o al lado de la persona amada. En mi caso, como casi siempre que algo me emociona, me convertí en verso durante aquel atardecer, al calor de las velas, sobre la atalaya que ve pasar el tiempo…
Hay un cielo dentro del mar
en esta noche primera
del solsticio de verano.
Descalzarse sobre el agua salada,
correr sin pensar en el tiempo
o divisar la luna
en los ojos adecuados.
Saber lo que opina David Gómez sobre el arte, sobre la vida y los sueños que nos acompañan es un privilegio, una suerte de definición de lo que es un artista: desea emocionar a través de sus creaciones, se inspira en el amor, en las historias propias y ajenas, en el paisaje… y, dependiendo del momento, así es el disco que compone, un pulso diferente ante esto que llamamos vida. Desde su punto de vista, vivir sin crear no tiene sentido; percibe que esa virtud está en cada uno de nosotros, aunque no todos sepan o quieran verla. Crear activa la ilusión, consigue que sigamos disfrutando de la belleza que nos rodea.
Lo observo mientras toca una de sus composiciones. Vive a través de la música o la música se hace corpórea a través de él. Jamás había visto una nota musical humanizarse tanto.
Una hoguera encendida,
un deseo.
Dejar volar la imaginación
aún con los pies en la tierra.
Le gustaría que todo el mundo viese en el hecho artístico lo mismo que él percibió. Y es que el arte debe trabajarse desde la niñez, educar para que no pase desapercibido, para que todos seamos emisores y receptores de lo artístico.
Vuela la emoción
desde el precipicio de una colina
de teclas blancas y negras.
Soñar es el combustible que nos mueve. David soñó con tocar el piano por todo el mundo y ya le ha dado unas cuantas vueltas al planeta. Todavía es consciente sólo a medias. Su motor es seguir componiendo, porque el oxígeno que él respira y que ha elegido compartir es la creación, es la belleza, es la música.
Así es la vida
de los seres durmientes
que sueñan en color:
una melodía surgida en un piano
con un faro a lo lejos.