Ed Sheeran actuó estos días en España. El viernes estuvo en Barcelona («Las Ramblas, I'll meet you / We'll dance around la Sagrada Familia / Drinking sangría / Mi niña, te amo mi cariño / Mamacita, rica / Sí tú, te adoro, señorita»). Denunciable la oda al británico borracho que habla español como yo turco. Ese traductor de Google mezclado con las "cuatro cosas que debes saber sobre Barcelona" (voy a tener suerte, click). El resultado, una canción que te vale para, literalmente, cualquier ciudad del mundo si cambias un par de cosas. Como en los huecos que tenías que rellenar en las letras de las canciones que traía el Workbook.
Conectar las cuatro palabras que te sabes pero ni siquiera pronuncias bien para rimar un estribillo sin sentido merece querellas. Pero no quedaba a gusto si no la cantaba (a ver por qué no Nancy Mulligan). En realidad, Eduardo interesa más cuando habla de drogas, alcohol y prostitutas. Hay verdad en esas letras. Y eso te puede hacer perder seguidores, pero fideliza a los buenos. Pero también gana cuando habla de amor. El desgarro de Give Me Love, por sórdido, o la luz de Small Bump, por pura, tienen mucha más fuerza que el amor que describe en Perfect o el de Thinking Out Loud. Porque es más sincero. Y no te vuelve diabético de lo almibarado que es.
Pero a Eduardo no se le puede criticar que se haya vendido a las discográficas porque su música siempre ha sido comercial. Ha gustado y ha sido número uno desde The A Team. Ese no es un problema en sí. Él siempre ha sido honesto en ese sentido. Ha convencido a la masa con ritmos sencillos y letras identificables. Su evolución ha sido muy sutil desde que publicó +. Ha acentuado la pretensión más comercial, pero ha mantenido eso que hace reconocibles a los autores; esa ilusión de que algún día volverán al origen. Está en Galway Girl, en Castle on the Hill o en Nancy Mulligan. Es un estilo, una reminiscencia folclórica o una referencia. Se nota enseguida.
Pero los ejercicios de nostalgia no sirven de nada. Hay que asumirlo. Y aún sigue siendo brutal lo que hace él solo durante dos horas con una guitarra y un loop. Como cuando solo era Ed.