La espiritualidad es inherente al ser humano incluso antes de que escriba su historia. A lo largo del tiempo el hombre manifiesta su conexión con la divinidad a través de ritos que llegan hasta nuestros días, tiempos difíciles donde el grado de desarrollo de la tecnología menosprecia esta cualidad nuestra. Sin embargo, las milenarias tradiciones religiosas consiguen aunar y conmover quizás porque remuevan valores que constituyen los pilares de nuestra especie, tales como la unión, la fraternidad, la hermandad, el respeto o la fe.
Puede que una de las manifestaciones más simbólicas y conmovedoras sea la Pascua Ortodoxa. El pasado sábado una hora antes de la media noche, la comunidad rumana residente en Roquetas de Mar se reunió en la parroquia ortodoxa, Bautismo del Señor, para celebrar la resurrección de Cristo. Al acto acudieron el alcalde del municipio, Gabriel Amat, todo un elenco de concejales y el cónsul de Rumanía en Almería. Fuera del tempo una multitud congregada seguía la misa a través de una proyección en la fachada principal. Portaban velas, huevos de pascua, bizcochos y otros alimentos prohibidos durante la cuaresma que esperaban ser bendecidos.
Las inmediaciones de la parroquia estaban acordonadas y dos patrullas de la policía velaban por la seguridad de unas 4000 personas, puesto que en Roquetas de Mar habita la segunda comunidad de rumanos más numerosa de España, decía el padre Adrian Fofiu durante la presentación. Tanto el religioso como el alcalde se profesaron palabras de afecto antes de dar comienzo la liturgia.
Todas las luces dentro del tempo se apagaron, “Venid a coger la luz” decía el padre, entonces encendió el gran cirio que portaba y poco a poco en silencio, respeto y orden los feligreses se acercaron a esa luz, que representa la resurrección de Cristo, la esperanza, para encender la vela que cada uno portaba. La parroquia se iluminó con el calor de los fuegos desde el púlpito hacia las puertas principales. Las campanas repiqueteaban por la gloria, la luz inundó la calle, iluminaba la cara de aquellas gentes presentes en el instante, no había móviles o cámaras que grabaran, nadie interrumpía, solo un gran silencio religioso se abría paso entre la masa.
Cuando la luz llega a las puertas de la basílica tiene lugar la procesión de las cruces. A un ritmo rápido al compás de una especie de maza los ortodoxos allí reunidos dieron tres vueltas al tempo, portaban sus candiles, eran niños, adolescentes, hombres y mujeres unidos por fe, cultura, tradición…Pero unidos.
Al final del ritual reparten pan mojado en vino, bendecido, como símbolo del cuerpo de Cristo. La tradición es que toda la familia tome este pan consagrado durante unos días hasta acabarlo.