"Tenía la cabeza desproporcionada, era débil de complexión y tenía una carácter cruel". Con estas palabras describe el embajador veneciano Federico Bodoaro al príncipe don Carlos, hijo del rey Felipe II. El príncipe era enfermizo y sus estrambóticas aficiones lo convirtieron en un loco a ojos de su padre y la Corte.
Sus problemas mentales venían de la consanguinidad de la Casa de Austria y sobre todo por una aparatosa caída por las escaleras en Alcalá de Henares, que casi le llega a costar la vida y le dejó graves secuelas de por vida.
Entre esas locuras que cometía destacan el gusto del príncipe don Carlos por asar vivos a animales de caza o a ir montado en elefante a la escuela. También existen anécdotas como que en una ocasión arrancó de un mordisco la cabeza de una tortuga, o también cuando obligó a su zapatero a comerse unos chapines que no le gustaban. Pero sin duda, lo más grave fue cuando obligó a un paje a arrojarse por la ventana.
Sin embargo, fue su deseo de rebelarse contra Felipe II, las ganas de unirse a los rebelados de Flandes y sus intentos de apuñalar al Duque de Alba lo que provocaron que tomara su padre una decisión. La noche del 18 de enero de 1568, el rey se acerca a los aposentos del príncipe don Carlos junto a su Consejo, le retira su espada para que no haga ninguna locura y le prohíbe salir de sus estancias en el Alcázar de Madrid, donde será vigilado por una guardia.
La desesperación del joven al estar encerrado aumentan su locura, ante los ruegos de Felipe II a Dios para que devolviera la cordura a su hijo. Muere a los pocos meses, el 24 de julio de 1568, convirtiéndose en un arma propagandística para la "Leyenda Negra".