Pues si alguien nos llega a decir que lo más difícil ya estaba hecho… Ahora que nos conocemos un poco más te hablaré de un tema tabú para muchas embarazadas. Nos hablan mucho de la depresión postparto, pero no conozco a nadie que reconozca abiertamente que el bajonazo de ánimo lo ha sentido durante el embarazo. ¡Acabáramos! ¿Cómo se supone que puede estar una futura mamá triste si está formando una vida en su interior?, ¿cómo iba yo a estar aterrada, híper sensible y totalmente sobrepasada por lo que tu presencia significa? Fácil bebé: vamos a sumar que tu llegada me resultaba tan imposible que no era capaz de creerlo, más una falta de empatía con nuestro ginecólogo habitual y a esto le añadiremos que mami hace muchos años, y por prescripción médica, toma una pequeña ayuda para que su serotonina (esta hormona puede ser encontrada en grandes cantidades por muchas partes del cuerpo y, por lo tanto, un desajuste general en la producción, puede tener efectos drásticos sobre varios factores que afectan a nuestra manera de sentir y comportarnos) esté regulada, para desencadenar el primer trimestre de embarazo más triste que he conocido.
Un proceso controlado
Lo primero es normal. Racionalizas tanto que si tu bebé llega, será de manera pautada con unos tiempos y después de un proceso controlado por los médicos, que al enterarte de que llevas 6 semanas dando forma a un ser vivo te cuestionas todo lo que has hecho y no deberías haber hecho, lo que deberías haber sentido y no has notado…Esta parte es sencilla, es cuestión de tiempo, como casi todo en esta vida.
Personas
La segunda parte es otro de los puntos calientes de los que te dije que te hablaría: los médicos no son dioses. Si todos tuviésemos claro que son personas, cuya profesión es tremendamente compleja, pero al fin y al cabo simples mortales, aceptaríamos como algo natural el pedir una segunda opinión si no estamos convencidos, o simplemente solicitar un cambio de profesional si vemos que la afinidad o la empatía no fluyen y nos hace sentir incómodos. Eso no significa que no sean buenos profesionales, quiere decir que no hay conexión y como tal no hay que darle más vueltas. Lo que para mí no funciona, puede que para otra persona sea la panacea, pero he aprendido que no volveré a morderme la lengua y que si no me siento cómoda con el profesional que me está atendiendo cambiaré. Supongo que una vez descubierta tu presencia no debería haber pedido cita con el doctor que nos señaló el valor de la FSH, y nos dijo que era IMPOSIBLE que tú te abrieses paso. Quiero pensar que sus apreciaciones no fueron correctas y que jamás hubo ningún tipo de mala intención por su parte, pero craso error el mío porque ahora veo que yo ya había perdido la confianza. Aun así, solicité una consulta con él y me dieron cita enseguida. Cuando entré en el despacho con tu abuela Micaela, ya noté que sólo había un apretón de manos y que de manera muy rápida nos enviaban a la camilla para una ecografía. Una vez más apareció el saquito y con esa imagen sus palabras: “Bueno, bien, se ve algo, pero no te entusiasmes. Hasta que no haya embrión nada de ilusiones”. Hombre, no esperaba que me preguntase si quería niño o niña, pero un poco de tranquilidad y ánimo me hubiesen sentado de maravilla. Quedamos que nos veríamos en 2 semanas y que mientras tanto llevase vida normal.
Tenemos embrión
Mami iba al trabajo, estaba más cansadita de lo normal, pero aún así me animaba con algunas clases muy suaves de Zumba. Sólo le había dicho a un par de buenos amigos que estabas ahí y pasamos estas dos semanas, más o menos, tranquilos.
Volvimos a la octava semana y, claro, ya teníamos embrión. Pasamos de nuevo a la camilla, esta vez el comentario fue, “intentaremos escuchar el corazón, pero si no lo notamos podemos esperar hasta la décima semana”. Por favor, este no sabe con quién está hablando. Conectó la máquina y ni la batería en ‘We will rock you de Queen’ ruge tan fuerte. Mi peque parecía estar preguntando en voz alta: “Do you know where you are??? You’re in the Jungle Baby!!!!!!!!!!!!! Como un fan auténtico de los Guns n’ Roses.
Nos levantamos y tu abuela se enfadó porque a ella no le dio tiempo a escucharte. Fue una visita exprés de unos 4 minutos, pero antes de acabar sí tuve tiempo de decirle que yo tomaba 5mg de X y que necesitaba saber si podía seguir o si tenía que cambiar… Es decir, necesitaba orientación por parte de quien, supuestamente, iba a velar por ti. La respuesta todavía resuena en mi cabeza: “bueno, esto tendrías que quitártelo, porque cualquier antidepresivo o medicación relacionada es negativa para el bebé, pero igualmente pregúntaselo a tu médico de cabecera”. No. Mi médico de cabecera no es ginecólogo y no creo que él sepa más que tú en cuanto a los efectos que pueda o no tener sobre mi bebé; no hablemos ya de lo que puede suponer para mí, su madre el retirármelo de golpe.
Lo has adivinado, como el médico de cabecera me decía que esto era el ginecólogo el que tenía que decírmelo y el otro le pasaba la pelota, tu madre tomó la peor decisión posible: me retiré esa pequeña pero efectiva dosis y ¿qué conseguimos? Caída en picado a los infiernos.
Lloros y culpa
Iba a trabajar, pero todo me afectaba el triple; lloraba, me sentía culpable… No encontraba un resquicio de aire que me permitiese ver que la solución era mucho más sencilla. Menos mal que entonces la sabiduría de nuestra terapeuta Teresa nos dio el empujón. Ya la conocerás, hoy mismo le he dicho que lo mejor de nuestras sesiones es que me siento como si estuviese delante de un juez, que escucha los hechos y, después, con toda la información y las pruebas, nos da el veredicto. No sé cómo lo hace, pero siempre salimos conformes y muy relajados.
Había llegado el momento de cambiar de ginecólogo. Me lancé a la piscina y me dejé llevar por el instinto. Ojeé el cuadro médico y vi un nombre que me resultaba muy familiar, consulté en algunas páginas las opiniones de pacientes y cuando vi que la gran mayoría la definían como una gran profesional, pedí cita. Aquí, en Palma, el tema de la ginecología es peor que comprar marisco fresco el día de Nochebuena, las listas de espera son largas, pero al decirles que tú ya estabas en camino nos citaron para el 25/07/18. En teoría ya llevávamos juntos 11 semanas.
La telenovela
Tu madre, mientras tanto, se montaba la telenovela sola; lloros a saco, taquicardias… y a tu pobre padre lo tenía ligeramente desquiciado. Lo peor es la pregunta: pero, ¿por qué lloras? ¡¡¡¡Y yo que sé!!!! Supongo que esperan una respuesta mínimamente lógica, pero a una persona que le han retirado o se ha retirado, por boba, una medicación que necesita y que además está hormonalmente descontrolada, no le puedes exigir una respuesta coherente, porque no la hay. Lloro porque no sé qué me pasa, porque no sé si estoy preparada para todo esto, porque me siento débil y al mismo tiempo culpable por sentirme así y el bucle sigue y sigue como si llevase pilas Duracell.
Llegó el día y esta vez quise ir sola. Fue entrar en la consulta y cuando la enfermera me pidió los datos básicos ya me puse a llorar. La miré a los ojos y vi en ella tanta ternura, que me acabé desmontando. No podía ni explicarle el motivo de mi visita y por eso me dijo, “ahora, cuando entres, se lo cuentas todo a la doctora y te sentirás mucho mejor”. Unos minutos después la conocí. Es una mujer que debe rondar los 50, con las gafas sobre el puente de la nariz, que observa sin perder detalle todo lo que le cuentas.
Al psiquiatra
Le hice el relato de estas primeras semanas y se quedó muy sorprendida. Me dijo que hacía tiempo que no veía a una embarazada tan triste y tan perdida. Empezamos por el principio, por ti. Vimos cómo estabas y sí, ya eras un bebé de 11 semanas sin problema aparente. Escuché tu latido y rompí a llorar cuando les dije: “es que hasta ahora parecía que no podía alegrarme por escucharle”. Nos sentamos y me dijo algo que cambió el rumbo de este embarazo: “estás a punto de entrar en la depresión durante el embarazo y la idea de haber prescindido de tu medicación, ha sido un acto suicida y muy irresponsable”. Los médicos suelen ser muy comedidos a la hora de expresar su opinión acerca de otros colegas, pero agradecí mucho que dentro de mi cuota de responsabilidad también hablase de aquel o aquellos que no habían hecho nada por ayudarme y orientarme. Pensé que ella me recetaría algo, pero no. Ya os he dicho que es una profesional y como tal, tuvo claro que no era ella la que tenía que pronunciarse. Cuando me habló de ir a un psiquiatra de su confianza, sentí vértigo. Yo hacía años que no iba y como el control de mi medicación lo llevaba habitualmente el doctor de cabecera, no vi importante acudir. ¡Qué tonta fui!
Sé que no suele ser un gesto habitual, pero le pregunté antes de irme si podía darle un abrazo y estuvo encantada.
Buenas vibraciones
El doctor no tardó ni 48 horas en citarme. Según parece la doctora le había dejado un mensaje, además de la carta que me había entregado, y mi caso era extremadamente importante.
Cuando hablé con él por teléfono ya sentí paz. Una voz masculina y al mismo tiempo reconfortante que me dijo muy claro que no podíamos esperar, y que al día siguiente me quería ver en su despacho. Si al teléfono su voz reconforta, al darle la mano, notas una corriente de buenas vibraciones que ya te predisponen a olvidar tus miedos y soltarte.
Sencillo
Le dije que hacía años que no me veía un psiquiatra para saber si el tratamiento era el adecuado y también le dije eso tan manido de, “doctor, es que ustedes no suelen ser los preferidos de los pacientes”. Se puso a reír y después vino la sentencia: “este tratamiento que has estado tomando estos últimos 10 años no te ha servido de nada, porque no estoy para nada de acuerdo en el diagnóstico. Tu caso es mucho más sencillo (ya te contaré los detalles cuando seas más mayor) y, por tanto, el que te hayas quitado esa dosis nada tiene que ver con tu estado actual. Ahora mismo sufres un ataque de ansiedad monumental y esta falta de control es lo que te está dejando sin dormir, alterada y hecha polvo. Primero nos cargamos la ansiedad durante el embarazo y después ya hablaremos de lo que hay que tomar o no”.
Lección aprendida
Me quede mirándole fijamente, porque me parecía muy fácil lo que me había dicho y todavía más pasmada cuando me dijo lo que tomaríamos. Es un viejo conocido de toda la vida que no afecta para nada al bebé y que sólo tendremos que reducir a la mínima expresión los 2 últimos meses, por exceso de precaución. Me explicó que tan malo es tomar una medicación de forma irresponsable, como no hacerlo por miedo, y también me dejó claro que, si bien muchos especialistas prescriben, después muchos no se quieren mojar durante el embarazo. Otra lección aprendida. Si tú especialista es el ginecólogo, el de mamá para futuros controles de su estado mental será el psiquiatra. Se acabó de tonterías, de medias soluciones. Zapatero a tus zapatos.
Gracias a este cambio de profesionales, tú y yo empezamos a disfrutar de conocernos y del vínculo que estamos creando. Primer trimestre casi superado.
Continuará… (martes, 13)