Abstraerse en la obra escultórica de David Rodríguez Caballero

Irene Cortés
España
05.03.2017
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Siempre hay un momento justo para todo y el mío para encontrarme con las esculturas que romperían todos mis esquemas era ese: sentir que tenía que utilizar las dos horas previas a subirme a mi tren en Chamartín para visitar la Galería Malborough en la Calle de Orfila de Madrid.

Hace unos meses, una imagen se cruzó en la trayectoria de lo que andaba buscando por internet aquel día. Se trataba de una escultura de metal que captó toda mi atención. Amplié la fotografía que la red de redes me ofrecía y, así, transcurrió casi una hora, observándola. Me pregunté cómo alguien había llegado a conseguir esa capacidad de ductilidad en el metal. Su forma curvada me recordaba a la sensación de caer por un tobogán, a aquel poema que escribí hace años sobre un columpio frente a mi ventana que me permitía viajar a otros mundos y a otro tiempo.

El artífice de mi ensimismamiento era David Rodríguez Caballero, escultor navarro nacido en 1970, que se licenció en Bellas Artes en la Universidad del País Vasco. No quise saber muchos más datos sobre su persona para que nada influyera en lo que sus obras, de manera natural, me inspiraban. De este modo, colándome virtualmente de vez en cuando en sus trabajos, intercalando mi quehacer diario con aquellos otros campos que me apasionan –la literatura y el arte en general-, fui dedicando algunos momentos a la contemplación de aquellas imágenes sin explicación clara para mí y que, por ello, incentivaban mi curiosidad artística.

Hace unos días, en un viaje fugaz a Madrid de poco más de veinticuatro horas, recordé que David Rodríguez Caballero exponía en una galería de arte de la capital. Faltaban dos horas para que iniciara el viaje de vuelta a mi rincón del sur, pero algo me arrastró al metro que me dejó junto a la Biblioteca Nacional. Desde allí, anduve por la calle Génova, torcí a la derecha por Zurbano y, al fin llegué a la puerta de la Galería Malborough. Al entrar, me embargó una sensación a medio camino entre lo familiar y una impresión que me aceleró el pulso. A la derecha y a la izquierda de una sala que irradiaba luz se extendían varias de las esculturas que había visto en algunas fotografías meses atrás. Al fondo, como quien dirige una orquesta de formas empeñadas en transmitir movimiento pese a su estructura metálica, se alzaba la escultura central, de varios metros de diámetro. No supe, al principio, a qué me recordaban. Casi sentí aquello que afirmó en 1964 el psicólogo Eckhard Hess acerca de que cuando el cerebro está funcionando en niveles altos de concentración las pupilas se dilatan. Ignoro aún si era el cerebro o el corazón, pero mis ojos permanecieron muy abiertos mientras paseaba por una exposición que no por sus materiales metálicos dejaba de ser cálida. Empezaba ya a atisbar el porqué de mi estado de confortabilidad entre aquellas piezas cuando, para mi sorpresa, en una habitación anexa a la sala, se encontraba su autor. Fue muy amable al atender a mi saludo y al cederme para esta publicación la fotografía que la ilustra. Al hablar con él, me atreví a decirle, al fin, a qué me recordaba su exposición: el mar estaba ante mí congelado en instantes de bronce, latón, acero y aluminio.

Seis horas de trayecto en tren para volver a mi tierra, libreta y lápiz en mano, y algunos versos que surgieron tras esta visita:

“No hay ni un solo ángulo

que no esté acariciado”.

Sería injusto escribir sobre un artista que es capaz de crear volúmenes que le echan un pulso al ingenio sin hacer siquiera una breve referencia a su trayectoria: David Rodríguez Caballero ha expuesto su obra en multitud de museos y ferias de arte entre las que se encuentran el Museo de Navarra, el Museo de Arte Moderno de Moscú, la Malborough Gallery de Nueva York, las ferias de arte de Miami, Hon-Kong, México, Río de Janeiro, Nueva York o ARCO de Madrid. Ha recibido, además, varios premios por sus creaciones, como el Primer Premio Internacional de Grabado Bodegas Dinastía Vivanco (La Rioja, 2008), el Primer Premio de la IX Mostra Colección Unión Fenosa (Museo de Arte Contemporáneo Unión Fenosa, 2006) o el Primer Premio de Pintura Volksbank Paderborn (Alemania, 1996), entre otros. Así mismo, se han publicado libros monográficos sobre sus trabajos, avalados por importantes críticos artísticos como Kosme de Barañano o Javier Molins.

“Un bosque de metal,

un mar de claridades de acero”.

David Rodríguez Caballero se traslada en 1998 a vivir a Nueva York y allí, en la gran urbe, se incorporan a su proceso artístico materiales nuevos: los metales, los vinilos o el papel. Pasa, en ese momento, de la pintura a un diálogo claro entre las tres artes plásticas principales: pintura, escultura y arquitectura. Sus pinceles para la creación de esculturas son, a partir de entonces, la luz y la geometría; sus campos inspiradores, el perfil arquitectónico de la ciudad de Nueva York, las máscaras africanas, lo industrial y lo primitivo.

“Un asomarse al abismo de otros mundos,

un parar los relojes y perderse”.

El artista no pone límites a su imaginación, simplemente crea para luego poner los pies en la tierra y aliarse con los materiales. De ese viaje por el inconsciente y, alimentado también por la poesía y por la música, nacen las marañas –metales entrecruzados-, las mariposas –superficies curvas que se pliegan y recuerdan a los lepidópteros-, los plegados –origamis de metal- o la genialidad de tratar el tema del vacío a través de dibujar los contornos del espacio.

“No hay ni un solo ángulo

que no esté imaginado,

varado en esas aguas

que ocupan el ensueño”.

La proposición que recibe para participar en una exposición de joyas en 2003 es el momento clave en el que incorpora la curva a sus creaciones, un elemento orgánico, que denota vida, sobre un elemento inorgánico, el metal.

La obra de David Rodríguez Caballero es una obra para ser contemplada y reflexionar sobre qué nos aporta al observarla. Podríamos aplicarle la teoría de la recepción de Wolfgang Iser en la que se propone tener en cuenta la importancia del receptor de una obra de arte. Todos los textos artísticos crean espacios en blanco que han de ser cubiertos por el receptor a través de su imaginación. Pareciera que David Rodríguez nos tendiera la mano en ese sentido, nos ofreciera su arte para provocar en nosotros una emoción y que la obra se nutra de ella para completar su significado.

El nombre elegido para la última de sus muestras, “Abstracciones poéticas”, nace, según palabras del propio autor, del enfoque poético de las obras; de la transformación, a través del proceso, del material. Surge al poetizar un metal industrial para darle una intención artística.

El paso de la abstracción lírica a la abstracción geométrica que ha sufrido la producción artística de Rodríguez Caballero en los últimos años nos sitúa en los parámetros de la creación de composiciones subjetivas sobre espacios irreales, nos conduce a observar el uso combinado de formas geométricas y texturas.

David Rodríguez Caballero inventa pintar sobre el metal, crear otros mundos, asociarse con los materiales y hacer realidad la forma. Pasear entre sus “Abstracciones poéticas” es perderse en un lugar donde se esparcen virutas de metal con sentido propio, ojos de buey por los que mirar a lo desconocido, velas izadas sin viento, sombras de mariposas geométricas o plumas de autores de otro tiempo. Dejarse llevar por su obra es caminar entre el surrealismo más actual, lo etéreo y lo permanente, participar en el diálogo entre la tradición y la modernidad.

“Son versos de metal

tallados a latidos”.

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