Policía Nacional cuenta cómo un agente fuera de servicio, sospecha de dos sujetos que están a la puerta de una farmacia, en el barrio de Carabanchel de Madrid; de inmediato ve que entran y él se acerca, llevado por el instinto de la profesión; uno de los pide un medicamento y, el otro, en el momento en que la farmacéutica va a dispensarlo, la reduce y amenaza con un cuchillo, a la vez que le pide el dinero de la caja. El agente pide refuerzos y sale tras ellos cuando huyen a la carrera entre calles. La víctima está bien, y los efectivos logran darles alcance y esposarles, a la vez que recuperan el dinero robado. En comisaría, los investigadores hacen indagaciones y cotejan otros sucesos parecidos, lo que les lleva a atribuir a los apresados otros 8 atracos similares en farmacias de la capital.
El confinamiento, desde el 14 de marzo, permite a los cuerpos policiales un mayor control de los delincuentes, le den al palo que sea; pero, pone de manifiesto que la necesidad económica, de primer o segundo orden, lleva a asaltar a los pocos ciudadanos que transitan de camino al trabajo o la compra, a robar en aquellas empresas que permanecen abiertas, porque ante la necesidad de dinero, pocas barreras hay. Las aprensiones de alijos, muchos abandonados, y las detenciones de los pícaros que simulan ser repartidores de comida a domicilio, para suministrar los narcóticos que reclama el cliente, son argucias delincuenciales, ante dos realidades que en las páginas de sucesos cohabitan: los narcos sufren un golpe fatal en sus negocios libres de impuestos, y los enfermos que dependen de sustancias prohibidas necesitan su dosis; y, esto, no hay estado de Alarma que lo arregle.