Ella es la víctima número 39, de 40, a la espera de otra confirmación (41) de violencia de género, que recorre un país de vacaciones. Se llama Pilar y dentro de unos días habría cumplido 49 años. Estaba en su casa nueva de un barrio de Madrid, la que se acababa de comprar y tenía intención de pintar y acondicionar, a ser posible, antes de que su hijo regresara e iniciara el curso escolar. Pilar es una mujer reconocida por su profesión de cirujana, en el Hospital de La Princesa, y querida por la ternura y mimo con la que ha tratado a sus pacientes antes y después de entrar en el quirófano.
Probablemente
Pilar, el viernes, 16 de agosto, vio la última luna llena: enorme, grandiosa, blanca. No sabía que tanta hermosura se iba a eclipsar para siempre. Probablemente, T. J., de 43 años, llamó a la puerta de ese segundo piso, donde Pilar estaba a sus quehaceres. Tal vez mediaron algunas palabras que, posiblemente, se convirtieran vertiginosamente en discusión, como había ocurrido otras veces; una de ellas, en noviembre pasado y en la calle, cuando agentes de policía detuvieron a T.J., al ser avisados de que golpeaba a una mujer: agredía a Pilar, en una vía madrileña. El terror de Pilar, la insoportable vergüenza social a la que podía enfrentarse por reconocer que ‘esto me está pasando a mí’, y la imperiosa necesidad de crecer que con alejarse, es suficiente y todo pasa, la arrinconaron en la esquina del cuadrilátero del silencio; y no denunció.
Viogen
En su obligación, los agentes engrilletaron al atacante y le llevaron a comisaría, y esa noche de noviembre de 2018, quedó inscrito en el nuevo protocolo de actuación policial (abierto hace unos meses), el Viogen, que es una base de datos con múltiples aplicaciones. Una, cursar diligencias judiciales de oficio, es decir, el agresor va a los tribunales aunque la víctima no denuncie; otra, evaluar los riesgos de las víctimas y de sus hijos; y, otra, hacer un seguimiento de los casos por orden de urgencia, necesidad y peligro, además de ser un registro vivo que recoge los detalles de cada incidente.
Vivir
Los días, desde entonces, se sucedieron y, parece, Pilar se centró en su maternidad y su trabajos, dos responsabilidades ya de sobra difíciles de conciliar. Seguro, que entre semana y semana hubo algún otro encuentro salpicado, tal vez, por lapsos de violencia, como signo de un individuo de rasgos narcisista, egocéntrico, dominante y posesivo. Pero la vida hay que gestionarla día a día, con y sin apoyos, con y sin fuerzas. Está claro que Pilar se puso del lado de la valentía y luchó por cada una de las jornadas, minuto a minuto.
Reconstrucción
Cuando el asesino te mata y cuando al asesino se le arresta, se hace una reconstrucción de los hechos. Hoy comienza esa reconstrucción, para saber qué pasó la noche del viernes en el piso de Pilar. Lo que se sabe es que ya de madrugada, una persona llamó a la Policía y les alertó de que había recibido un mensaje de T.J., en el que adjuntaba una fotografía de Pilar, muerta, en su casa, y le pedía que le ayudara a deshacerse del cuerpo. La persona que recibe esta petición es, sin lugar a dudas, de la más absoluta confianza del emisor del mensaje, pero no dudó un instante en ponerlo en conocimiento de los agentes.
La escena
Los investigadores acuden al domicilio de la que todavía es una presunta víctima, aunque con pocas dudas antes la explícita imagen que les ha sido remitida. En ese 2º piso de un bloque de la calle Tenerife de Madrid, llaman y no obtienen respuesta, y actúan de inmediato. La escena que hallan les impresiona. En encuentran a una mujer con los pies y las manos atadas, ensangrentada, con signos evidentes de haber sido golpeada y acuchillada varias veces. La víctima es identificada como Pilar C. P., de 48 años, madre de un hijo ausente por vacaciones y cirujana de reconocido prestigio. La consulta al Viogen, les pone sobre la pista de T. J., de 43 años, operador de grúa; ambos están en la base de datos.
Búsqueda
La búsqueda se inicia en paralelo a la inspección de la escena del crimen, el levantamiento del cadáver y la práctica de la autopsia. A la espera del informe del forense y bajo secreto de sumario, la muerte violenta apunta a un tiempo de tortura, en el que el agresor indica que primero golpeó a su víctima, en un acto premeditado y resuelto ese día; tras menguar las fuerzas de la víctima, posiblemente, aprovechó para maniatarla y anular cualquier intento de defensa por parte de la mujer, y cualquier resto de agresión física que pudiera incriminarle y delatarle. El resto, con la víctima reducida, apunta a que fue una descarga de ira y rabia, otra más. Fotografía su cadáver y envía la imagen. Este gesto, repetido y estudiado en otros casos, sugiere que el autor necesita reafirmarse en sus hechos. Ya ocurrió en el caso del asesino de Pioz (Guadalajara, 2016), con otra justificación.
72 horas
Durante el fin de semana, en las primeras 48 horas, los investigadores rastrean el móvil del sospechoso, que está inoperativo desde la noche de autos; hacen un seguimiento de sus llamadas hasta el momento en que apaga el teléfono y despliegan agentes por las zonas de Madrid que suele frecuentar, a la par que acuden a su vivienda y amplían el seguimiento por otras provincias, donde puede esconderse. Son 72 horas, en las que saben que el tiempo juega en su contra y hay riesgo de que haya abandonado el país. Pero al tercer día, un ciudadano cree verle en el madrileño distrito de Carabanchel y marca el 092 para dar el aviso. En pocas horas, el operativo desplegado da con él. En Santa Eulalia de Paredes (Palencia), donde había nacido Pilar, ya ha sido enterrada.