Quienes vivieron en las casas que rodeaban Sachsenhausen seguramente nunca olvidarían el hedor de la muerte.
Berlín es una ciudad de recuerdo, de rememoración de todo, lo bueno y malo, de lo que sus calles han sido testigos. Pruebas de esto son: lo que queda del derribado muro; el barrio judío; East Side Gallery donde se encuentran los graffitis más famosos del muro de Berlín; el monumento al holocausto; o Checkpoint Charlie, unos de los pasos fronterizos del muro.
Pero, por encima de todos ellos, hay un lugar, un sitio donde perviven las cenizas de un pasado muy presente, el campo de concentración Sachsenhausen.
Este campo fue construido siguiendo un nuevo modelo. Mientras los demás eran situados en las afueras de las ciudades, alejados del resto de la población, este campo estaba ubicado en el centro de Berlín, rodeado de casas, rodeado de gente que por los gritos, disparos, o el constante humo negro procedente del crematorio podía imaginar el horror por el que pasaban los presos. Ante esto, es normal preguntarse ¿cómo podían seguir su día a día como si nada pasara?, ¿como si no importase mientras no les afectase a ellos? Pero, acaso no es esto lo mismo que estamos haciendo actualmente con los refugiados… Al pensar en las personas que vivieron durante el régimen nazi, la idea de que permanecieran impasibles ante lo ocurrido es difícil de entender, pero era así y es así. Es mucho más fácil convencernos a nosotros mismos de que si no somos la mano ejecutora de semejantes injusticias, ¿qué responsabilidad tenemos?, ¿qué podemos hacer por ellos?, preguntas que nos hacemos para sentirnos mejor porque ni siquiera perdemos tiempo en buscar respuesta a ellas. Mientras no afecte a nuestra vida diaria miramos para otro lado y adiós muy buenas.
Los habitantes de esas casas que aún rodean Sachsenhausen no tenían excusa, sin embargo, gente más alejada recibía la información distorsionada… Pero, ¿y hoy en día? Todos hemos visto imágenes de sirios luchando por su vida, tratando de llegar a Europa, o de quienes ya nunca podrán luchar más, como la horrible fotografía de un niño sirio muerto en la playa, ¿cuál es nuestra excusa?, ¿qué responderemos cuándo en el futuro nuestros hijos, nietos… nos pregunten cómo podíamos permanecer indiferentes?
El campo de Sachsenhausen en la actualidad está reconstruido con monumentos, conmemoraciones, pequeños museos y registros de lo que ocurrió y de las personas que perecieron entre sus muros. Cuando ya no había nada que hacer, cuando todo había acabado, solo entonces, fueron conscientes del horror y decidieron honrar a las víctimas.