Cataluña, revolución emocional programada

Cuando actuamos imponiendo por la fuerza los sentimientos hacia algo conseguimos el afecto contrario.
Ana Mancheño
España
31.10.2017
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Tristeza, mucha tristeza me produjo el 1 de octubre lo que estaba sucediendo en Cataluña. Y la misma sensación me sigue produciendo en la actualidad. Parece que el diálogo no ha funcionado ni aquí, y mucho menos allí. Pero no voy a hacer un análisis político que ya de eso estamos inundados.

Más bien quiero expresar mi pesar por la fractura social que desde ese día se ha iniciado en el seno de la sociedad, la catalana y el resto de España. Una brecha difícil de solucionar que no se arregla con acuerdos entre políticos. Porque esa “desunión” afecta a las relaciones interpersonales. Familias, amigos, compañeros de trabajo que tienen posturas diferentes , a veces nada conciliadoras de lo que pretenden que sea Cataluña, y por tanto las argumentaciones no se hacen desde el dialogo sereno.

Creo que si queremos que esto se arregle no debemos dejarnos llevar por nacionalismos que no conducen a nada, sino a dividir. Si el daño ya está hecho tocará suavizarlo, ser tolerantes y no herir susceptibilidades.

Debemos comprender, unos y otros, que ahora no es tiempo para exaltaciones, lo es para calmar los ánimos acalorados, para la gente medida si deseamos que este golpe no solo a la democracia sino también a los sentimientos se solucione de la mejor forma posible. Y, sobre todo, porque no podemos permitir dejar de escucharnos, de entendernos por muy alejadas que sean las posturas, porque si la mayoría no lo hace solo se oirá a una minoría violenta. Y hablo de violencia verbal, mucho más efectiva que la física cuando de imponer se trata.

[Sumario]

Soy de la opinión que las ideas se proponen pero nunca se imponen. Cuando actuamos imponiendo por la fuerza los sentimientos hacia algo conseguimos el afecto contrario. Perder totalmente la razón lógica y peor aún perder a personas que difícilmente volverán a sentirse parte de nuestro entorno.

Por eso creo que quien inició esta que no sé cómo calificar, porque parece más una comedia de lo absurdo que otra cosa, si pretendían que el enfrentamiento pasara de las calles de Cataluña al interior de las casas catalanas lo consiguieron, al menos durante un tiempo. Y la ruptura de la convivencia, de la normalidad en la vida cotidiana, esa es más complicada resolver que la normalidad política, porque en esa entran las emociones.

Pienso que si los tiempos y las personas demandan otro tipo de actuaciones y forma de entender los regímenes de las regiones es muy lícito, pero siempre que sea de forma consensuada y en un marco constitucional, donde si la mayoría decide cambios que así se haga. Pero no rompiendo por la fuerza la unidad y como digo, destrozando sentimientos de los de allí y de los de aquí.

Pertenecemos a un país rico cultural y lingüísticamente. Hablar catalán o vasco es riqueza lingüística, al igual que lo es el acento lleno de encanto de los andaluces. Porque esas características peculiares de cada comunidad deberíamos hacerlas un distintivo inclusivo del cual enorgullecernos. Y nunca consentir exclusiones por estereotipos absurdos, planteamientos simplistas y revoluciones emocionales programadas.

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