Carta abierta a un podemita cualquiera

La triste situación de Venezuela es el resultado de un sorprendente suicidio colectivo que los venezolanos no podemos negar .
Luis De San Martin
España
24.01.2017
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Antes de escribir esta carta abierta me pregunté a quién debía dirigirla: a Juan Carlos Monedero, ese cofundador de Podemos y profesor de la Complutense de Madrid que “hizo las Américas” y aprovechó como pocos una generosa beta de petrodólares lista para ser debidamente explotada por “camaradas progresistas” maravillados por la “Revolución Bolivariana” y su caudillo Hugo Chávez. Acaso a sus colegas Pablo Iglesias, Iñigo Errejón o Luis Alegre, quienes desde el Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS), se dieron a la tarea de asesorar a una autocracia que para aquel entonces nadaba en una petro-bonanza que parecía no tener fin y de la que sacaron generosas remuneraciones. O debía hacerlo a Alfredo Serrano (“el Jesucristo de la economía”, según Nicolás Maduro) a quien se le atribuyen algunas de las ideas que hoy tienen a Venezuela viviendo una catástrofe de enormes magnitudes y padeciendo la más alta inflación del mundo. No, a ellos no. Es inútil.

Decidí entonces escribirle al podemita común, incluso intuyendo que muchos de los cinco millones de ciudadanos que votaron por Podemos en la elecciones generales españolas apoyan la postura del partido morado frente a la tragedia que actualmente vive mi país. No obstante, en un grupo tan heterogéneo de personas, algunas habrá que empaticen con los venezolanos que hoy padecen humillantes calamidades económicas, políticas y sociales, una tragedia humanitaria que tiene al país con las primeras reservas de petróleo del mundo sumergido en un abismo de autoritarismo (más de 100 presos políticos), desatada violencia criminal (más de 28 mil homicidios en 2016), destrucción de infraestructura física e institucional (servicios públicos colapsados e instituciones secuestradas), escasez y desabastecimiento de alimentos (más del 80%) y medicinas (Alrededor del 85%) sin precedentes en su historia republicana.

No hay derecho de que gente como usted que se dice sensible a los “justos reclamos de las mayorías sociales” y a la “justicia social”, voltee para otro lado en el caso venezolano, como si nuestra tragedia fuera sólo un montaje de los medios de comunicación de la “derecha española” para desprestigiar a “los movimientos progresista latinoamericanos” y al mismo tiempo a unos “jóvenes idealistas universitarios” que irrumpieron en el panorama político español para regenerar un sistema “carcomido por la corrupción de la partidocracia PP-PSOE”. Tome en cuenta que si de mayorías hablamos actualmente todas las encuestas serias en Venezuela dicen que más de 3 de cada 4 venezolanos quieren poner fin al régimen responsable de su desgracia.

Todos estamos propensos en algún momento a caer en las garras de demagogos elocuentes, especialmente quienes han padecido las peores consecuencias de una larga crisis económica como la que se desató en España hace algo más de un lustro y que destruyó alrededor de 3 millones de empleos. En este sentido y a manera de ejemplo, en la Venezuela de finales de los años noventa, un panorama de desprestigio institucional similar contra los partidos que habían gobernado en democracia por 40 años (AD-COPEI) abrió paso a aquel teniente coronel felón que irrumpió en la vida política de los venezolanos a tiros y cañonazos contra un presidente democrático, diciendo representar los intereses de “los excluidos” y prometiendo que a través de una Asamblea Constituyente refundaría al país mediante lo que denominó como “democracia protagónica y participativa”, fórmula mágica que acabaría de una vez por todas con la lacra de “la corrupción adeco-copeyana”. Actualmente y después de cerca de 20 años de chavismo, Venezuela está en el puesto 158 de 168 países en el índice de percepción de corrupción elaborado por la ONG Transparencia Internacional. [Sumario]

Si, ya sé, que comparar a un país caribeño del tercer mundo como Venezuela con un país europeo del primer mundo como España resulta chocante para muchos. Ese “España no es Venezuela” que utilizan algunos para obviar las incómodas coincidencias de la cúpula podemita y la dirigencia chavista, también nos choca a nosotros los venezolanos, pues destila en el fondo un complejo de superioridad impropio de “gente de izquierdas”, al menos desde el punto de vista de su discurso políticamente correcto. Por lo demás es importante recordarle que Venezuela logró derrocar a su penúltimo dictador y vivir en democracia dos décadas antes que España y que ese progreso político y económico de aquellos años dorados atrajo importantes flujos migratorios europeos, fundamentalmente provenientes de España, Portugal e Italia. Mis abuelos y mi padre entre ellos. Los países no se destruyen por el lugar geográfico que ocupan, lo hacen por las ideas que usan para organizarse como sociedad y la cultura que de ellas se desprende.

En este sentido, quisiera aclararle algunos aspectos históricos e ideológicos de Venezuela que los dirigentes de la formación política a la que vota no le dirán. El partido que más gobernó en mi país en los 40 años de democracia civil previos a Hugo Chávez, es Acción Democrática (AD), agrupación socialdemócrata miembro de la Internacional Socialista (como el PSOE), cuyo líder fundador, Rómulo Betancourt podría ser definido como “hombre de izquierda” por sus orígenes comunistas y sus convicciones intervencionistas y estatistas desde el punto de vista económico. El otro partido que llegó al poder en mi país, el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI), liderado por Rafael Caldera, definía su ideología como socialcristiana que es como decir el ala izquierda de la democracia cristiana, por tanto tan socialdemócrata y estatista como AD, pero de misa los domingos. Por tanto, el consenso socialdemócrata posterior a la segunda guerra mundial también se dio con fuerza en la Venezuela rentista mono-productora y mono-exportadora de petróleo, país en el que el debate político siempre se dio dentro de los márgenes de lo que en Europa se entiende como centro-izquierda. Nunca en mi país hubo un partido que se sintiera cómodo autodefiniéndose como “de derechas o centro-derecha”, a tal punto que hoy y pese a todo lo sufrido el término “derecha” sigue siendo un insulto, un apelativo peyorativo que nadie en la palestra pública venezolana se atribuye a sí mismo so pena de ser execrado por apóstata. Es más, casi todos los partidos de la oposición antichavista (Mesa de Unidad Democrática-MUD) están inscritos en la Internacional Socialista. Ser conservador en Venezuela es ser de izquierda o socialista en sus distintas tonalidades, pues se defiende el mantenimiento del status quo creado por el rentismo petrolero y estatista de siempre.

Para serle honesto, esta carta no intenta cargar las culpas del desastre en mi país a la complicidad revolucionaria de factores externos exclusivamente, eso sería faltar a la verdad completa. La triste situación de Venezuela es el resultado de un sorprendente suicidio colectivo que los venezolanos no podemos negar porque buena parte de las medidas que nos llevaron a la crisis humanitaria actual las tomó un caudillo popular que ganaba elecciones. Hasta 18 de 20 comicios llegó a ganar la revolución a la que le tocó administrar la etapa más larga y cuantiosa de bonanza petrolera de la historia venezolana. Ese coctel de populismo, petrodólares y abuso institucional emborrachó a demasiados venezolanos que veían como sus mitos y atavismos culturales los hacía realidad un militar adorador de Simón Bolívar y Fidel Castro, que repartía subsidios a su extensa clientela nacional e internacional a cambio de lealtad política. Pese a todas las muchas advertencias en tiempos de vacas gordas, millones de compatriotas no previeron el tiempo de las vacas flacas y sus inevitables consecuencias. Buena parte de ellos ni siquiera se detuvo a pensar sobre los métodos autoritarios y antidemocráticos de la casta política cívico-militar que se instaló en el poder, unas maneras mafiosas que envilecieron de arriba abajo a la sociedad venezolana. Tal y como sucedió a los alemanes que apoyaron a Hitler en los años 30 del siglo pasado, los venezolanos que votaron por Chávez y Maduro cargarán por mucho tiempo con la responsabilidad de haber alimentado a la bestia totalitaria que hoy nos destruye y humilla.

También quisiera llamar su atención sobre el hecho de que las razones que echaron a la calle a los españoles indignados con su gobierno el 15 de mayo de 2011 eran infinitamente menos dramáticas que las que sacaron a los venezolanos indignados a protestas contra el régimen chavista el 12 de febrero de 2014. La diferencia en las consecuencias de ambas turbulencias sociales deja en evidencia el tipo de régimen en el que viven unos y otros. Mientras de los indignados españoles salió la tercera fuerza política del parlamento español actualmente, de aquellas protestas en Venezuela salió el grueso de los presos políticos que hoy se consumen en las mazmorras chavistas, además de decenas de asesinados por la acción conjunta y coordinada de fuerzas de seguridad del Estado y colectivos revolucionarios armados y con licencia para matar.

Somos ya más de 2 millones de venezolanos obligados a salir del país en busca de oportunidades y de la normalidad democrática que la Venezuela chavista nos negó, algunos hijos o nietos de españoles que vemos con estupor como la amenaza totalitaria se cierne sobre España, una que intenta disimular sus afinidades con quienes destruyeron la democracia venezolana, catalogando estas denuncias públicas como parte de una inexistente conspiración. Como supongo entenderá, los venezolanos errantes por el mundo no estamos dispuestos a dejar que nuestro silencio contribuya a que otra democracia se autodestruya bajo el influjo de la demagogia y el sectarismo. Nadie merece un destino tan triste.

Luis De San Martín

twitter: @luisdesanmartin

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