El Día Mundial de los animales no es un día de celebración, sino de reflexión sobre las atrocidades a las que los sometemos, tanto de forma directa como indirecta. A ellos quiero dedicar este artículo, porque cada caso es un auténtico drama que no debería dejarnos indiferentes.
Desde los infortunados animales del zoo hasta los pobres animales de granja, que nacen para malvivir y morir en el matadero de un modo tan injusto como cruel. O, sin ir más lejos, reparemos en nuestro Mishi, Toby o Linda, mascotas que humanizamos con toda nuestra buena intención y gran ignorancia egoísta, hasta robarles el alma.
Por no hablar de casos dramáticos que hielan el corazón. No pueden dejar a nadie indiferente las crías que quedan huérfanas, condenadas a la muerte tras cazar a sus madres o, por ejemplo, aquellos otros que se encuentran con un entorno cada vez más reducido que los condena a la extinción. Eso, por no hablar de envenenamientos a animales que malviven en las calles, compartiendo hábitat con nosotros en ciudades y pueblos, desgraciadamente para ellos, y donde somos su principal y único enemigo.
Donde deberíamos ver riqueza ambiental, una oportunidad para mejorar el ecosistema mediante el control y la protección de los animales, vemos un problema a solventar de la manera más rápida e injusta. En este aspecto, falta conciencia social, falta voluntad política, faltan leyes. En suma, es una cuestión de falta de civilización e inteligencia social, y también ciudadana.
Porque, sin un trato justo y humano, tan víctima puede ser un animal doméstico como otro callejero, del mismo modo que un animal protegido, a cuya especie se pretende salvar de la extinción poniendo millonadas sobre la mesa, a menudo acaba sufriendo maltratos e incluso la muerte más violenta a manos del ser humano, una plaga para el planeta y, obviamente, también un verdugo para tantos y tantos animales.
¿Nuestros hermanos, nuestros amigos, unos seres débiles? ¿Bajo qué paraguas teórico protegerlos? Sencillamente, hagamos justicia. Tratémoslos como iguales, como seres que merecen respeto por sí mismos, sin necesidad de recurrir a argumentos utilitaristas ni compasivos. Son débiles, es cierto, puesto que somos una especie invasiva que no respeta nada, y precisamente por ello tenemos la responsabilidad de preservar a los sin voz. A esos que no pueden defenderse por sí mismos, al igual que debe hacerse con los seres humanos que sufren las desigualdades sociales.
[Sumario]
Dejemos a un lado las ideas del bien limitado. No existe ese concepto de escasez inevitable. Mejor hablar de sostenibilidad e igualdad social, idealmente incluyendo a los animales y plantas. Porque protegerlos significa implicarse, buscar nuevas fórmulas, tener la imperiosa necesidad de hacerlo, sentir que es una urgencia que no puede esperar.
Es una responsabilidad cuyo incumplimiento, sistemático en muchas ocasiones, está costando la vida a muchas personas, animales y plantas, seres indefensos a los que intentan ayudar quienes unos pocos, héroes anónimos a los que hoy hay que honrar, y mañana ayudar.
De no hacerlo, de no cambiar las cosas radicalmente, dándoles la vuelta como un calcetín, el perjudicado será el ser humano. La sexta gran extinción ya está en marcha, y el planeta cuando avisa no lo hace dos veces. Y es que serrar la rama sobre la que estamos sentados nunca fue buena idea. Nosotros mismos…