Profundo dormitar

Rodando en una ciudad secuestrada por un insólito rincón del tiempo.
COLUMNA CERO
España
24.04.2020
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Apoyado sobre el alféizar, contemplo en el cielo el zarpazo que rasga la oscuridad con el primer albor de la mañana; sin embargo, ante esta imagen pensativa y diaria, hoy no escucho sobre el último silencio nocturno ese grave murmullo cotidiano que provoca, cuando se despereza, la criatura gigante sobre la que vivo. Hoy, esa criatura yace sumida en el profundo dormitar de una resaca multitudinaria, de una resaca universal que ha ido pasando como el reposo tras el maremoto por cada huso horario de El Planeta. La urbe queda ahora, en este amanecer, suspendida en el vacío del tiempo que abre un momento único y repetido cada año. Hoy la ciudad vive un intervalo inédito a lo largo de las 52 semanas del almanaque, en el que la quietud y el silencio contenido invaden sus plazas y sus avenidas para envolverlas en una parálisis que sobrecoge al transeúnte despistado, acentúa la desolación del anciano y también brinda al motorista la oportunidad única de deslizarse sobre la incierta pasividad de un gigante que digiere dormitando, entre la pesadilla y la acidez, los excesos de la noche más festiva y bulliciosa del año.

Pero viajando en una moto, las sensaciones no sólo son mucho más intensas, sino que se pueden percibir de una forma única, bien diferente. Y así es cómo, en este momento del año, al arrancar el motor y soltar el embrague con la primera puesta, la moto se siente quieta, mientras que con el ritmo de su acelerador vivo el pase de una película, más lento o más rápido, rodada en una ciudad secuestrada por un insólito rincón del tiempo. Sus fotogramas llegan por el frente y quedan expuestos en los costados, como en el salón de una galería artística, formando una muestra de retratos recién inaugurada con el año que aún no ha arrancado. 

Así es, la ciudad parece colgada en un lapso sobre las instantáneas captadas por una cámara gigante; y habituado a la actividad febril que preside cada uno de sus días, la inercia me empuja a ver un movimiento que no presencio, viviendo la contradicción que me provoca una sensación de vértigo muy semejante al mareo del marino en tierra. La calma, casi absoluta, brinda postales postnucleares de los rincones más céntricos y concurridos, de las plazas más bullangueras. Fotografías inéditas que contemplo perplejo, dejándome invadir el cuerpo por la intensa paz que transmiten. 

El reloj central, el mismo que ha acaparado, apenas unas horas antes, el protagonismo de un país entero, parece haber clavado sus agujas cuando marcaba el amanecer de este día, el primero del año. La Cibeles, presidiendo una inerte vastedad, retiene sus chorros y guarda sus torrentes para despabilar más tarde a los paseantes somnolientos. La Gran Vía había acunado su primer sueño con la perezosa lentitud del luminoso multicolor que preside su codo más popular, mientras apagaba sus líneas de neón con el alba nublada del nuevo año; y es que ese vivo cromatismo de sus luces empezaba a contagiarse de la inmovilidad que ya vivían sus aceras desiertas, su calzada desolada, para montar un privilegiado escenario en el que rodar la secuencia central de un documental dirigido a la concienciación general.

El Congreso de los Diputados, sumido en un silencio sepulcral, muestra yerma su fachada principal, proyectando una imagen de ciencia ficción, como si se tratase del vestigio residual de una civilización pretérita, hundida en la ignorancia de la Historia por su contradictoria idiosincrasia, absurda en sí misma hasta el propio embrutecimiento de la sociedad sobre la que se soportaba.

Y el Paseo del Prado, con su pinacoteca universal a un lado, se sugiere en este momento inerte del año como la biblioteca de Alejandría rescatada por una mano alienígena justo un instante antes de que fuera devastada por las llamas del pragmatismo más extremo.

Una película, sí, que ciertamente es en sí misma una fantasía creada en la imaginación del motorista, soñador y pasional, tal y como marca su espíritu romántico; aunque no nos engañemos, porque no deja de ser una fantasía ciertamente verosímil a poco que prolonguemos la Historia en un futuro, no tan lejano, con la trayectoria que llega a nuestros días y, sobre todo, con la que va mostrando en los últimos tiempos.

Veremos.

La ciudad vive ahora un lapsus irreal, justo antes de que la mecánica vorágine, la abrasiva realidad de lo cotidiano arrase su magia racional, arrolle este sutil instante pensativo, sobre esa quietud ingrávida que invita, como en ningún otro día del año, a la reflexión de las personas con criterio, que son aún muchas más de las que el verdadero control de nuestro barco desearía.

Conducir una moto por la ciudad en este ingrávido momento ha sido como caminar sobre la espalda gigante de un dinosaurio dormido.

Escrito por Moriwoki.com

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