Las primeras horas de encierro efectivo de los ciudadanos en sus casas, para frenar el contagio del coronavirus, en un país que está en situación de Alarma, con medidas no aplicadas antes, hacen un retrato de lo de siempre, a los de siempre. Oímos con mayor frecuencia de la justificable y deseada, las voces de los partidos de la oposición, aludir a los tiempos: “se han tomado las medidas tarde”, “ya lo dijimos” y el "hay que poner en marcha más medidas y más contundentes”, en un ejercicio de premura que evidencia la falta de sensatez, conocimiento y reflexión, aunque sea inmediata, que demuestra el contenido de sus mensajes, en un escenario que tiene su protagonismo en salvar vidas, en la Sanidad y el los profesionales que la conforman. Porque cuando decimos Sanidad, no son 7 letras vacías que vinculan nuestra mente a la falsa gratuidad y su exceso de uso en muchos casos (si somos honestos); Sanidad son miles de profesionales, preparados y con experiencia en su especialidad, que tienen la vocación de sanar a las personas, mejorar su calidad de vida y situarles en el contexto real de la gravedad o no de su enfermedad. Vaciar de capital humano un servicio solidario y nacional, es empecinarse en no entender en qué sociedad vivimos en el siglo XXI, muchas veces en negarla y la mayoría de las ocasiones contribuir a emborronar el cometido de los sanitarios, desde el primero al último, incluidos los que subsisten de subcontratas de subcontratas, con basuras de contratos como medio de vida.
Vivir de hablar por hablar, es una profesión hueca que ejercitan los que tienen que justificar sus 15 al mes, de todos los ciudadanos, y una reforma laboral que crearon y aplaudieron, de minijobs tras minijobs y desahucio tras desahucio, para crear la mayor bolsa de familias pobres que se ha conocido desde hace 40 años, bajo el eufemismo de pobreza infantil, como si los menores estuvieran obligados a emanciparse al nacer y sus padres fueran los convidados de piedra a unas mesas sin alimentos, sin calor ni bienestar, a los que los charlatanes han enviado al paro y la precariedad laboral, con la misma ligereza que arramplaron con la hucha de las pensiones. Esos profesionales de la nada, ahora, y una vez más, esgrimen comentarios de barra de bar, en los que recriminan al Gobierno lo mucho que ha tardado en cerrar un país, con su espacio Schengen, en coordinar a todas las Fuerzas de Seguridad, abrir plantas de hospitales, dotarlas de material, generar garantía empresarial y laboral, atender a sus asuntos de Estado y explicar, día a día, cómo debemos actuar en una situación de máxima emergencia, como la que vivimos. Aprovechar los micrófonos para pedir lo primero que se les pasa por la cabeza, es una práctica tan común como irresponsables, en la que se han instalado los que se niegan taxativamente a darse unas horas para pensar en la repercusión que tiene cada actuación, sus consecuencias, y sopesar los beneficios y perjuicios que va a generar a corto, medio y largo plazo
Pensar, beneficia seriamente la salud cuando se analiza y se hace con datos reales, que no precisan ‘cocinas’ ni medias verdades que confundan a los receptores del mensaje, bastante más preparados e informados que los siempre tozudos contrarios a la sensatez que, lejos de aportar para avanzar, ponen palos en las ruedas a los que creen sus contrarios, sin evaluar que su tamaña necedad nos hunde a todos los que les pagamos el salario, demostradamente abultado, ante los resultados de su escasa gestión y directamente proporcional a su gran ignorancia; es, lo que diría mi abuela, tirarse piedras contra su tejado, aunque sea de su casoplón en Marbella (Málaga).
Más nos vale a todos, remar en la misma dirección y con más ahínco que nunca, y hablar de los parados, los autónomos, los sin techo (qué vergüenza! escribirlo), de los voluntarios, de las condiciones de los profesionales que están en primera línea, y hacen frente a esta situación insólita y desconcertante, muchos de ellos, pendientes de una adecuación salarial prometida y otros en un limbo del que parece nadie les va a sacar. ¿Saben ustedes que el salario mínimo de un militar, de un soldado, de uno de esos que como los de la UME están hoy ahí, es de 600 euros, frente a un SMI nacional de más de 900? De eso no se habla: No; esconder la verdad y no nombrar a la bicha, es un deporte de fácil práctica; largar por la boca, que es gratis, les cunde más que dedicar una hora al día a leer algún informe que les sitúe en la realidad, a la que hemos llegado por mor de meter las manos en las cajas, escalar sobre las cabezas de los amiguitos, eludir los impuestos que exigen y salir a la calle escoltados por las mentiras que les hacen grandes en las urnas; salir a la calle, para trabajar poco: muy poco. Un mal ejemplo que ha calado hondo y, luego, pasa lo que pasa.
¿Qué creían estos pánfilos?, ¿Qué el lunes los trabajadores no iban a ir a sus puestos?, ¿Qué estaban provistos de herramientas para el teletrabajo, como las que tienen ellos a cuenta de los ciudadanos?; ¿qué pensaban los desgarramantas?, ¿Qué las calles y el transporte iban a estar vacías a golpe de pito por miedo al fusilamiento?, ¿dónde han estudiado cómo funciona un país democrático?, ¿en la misma barra donde copean y elaboran sus discursos? Acaso no saben que, ya que el Pisuerga pasa por Valladodid, se iban a producir despidos masivos encubiertos en papeleo, como el de esa multinacional de comida rápida, que ya lo ha comunicado a sus 14 trabajadores, como si de sus menús de medio pelo se tratara. Si estos fantoches de babero se callaran un ratito y pensaran, posiblemente hoy amanezcamos más serenos, sensatos y decididos a hacer lo que nos dicen los que saben. Yo estoy en casa (y me salgo de la red, porque otros necesitan la banda más que yo). Buenos días y hasta mañana.