Lo bueno que la vida puede aportarte no va a llegarte a través del mando de la televisión, de la pantalla de tu móvil o mientras permaneces cómodamente en tu sofá. Esta es una certeza de la que, en el fondo, todos somos conscientes, pero que vamos ocultando con capas de aquello que nos va ocurriendo: la responsabilidad de la familia, el dinero, la rutina del trabajo… Dejamos a un lado los sueños, los convertimos en ilusiones infantiles que quizá debieran permanecer en los recuerdos vagos, ya casi imperceptibles, de aquella época que ya pasó.
Hace un par de días me encontraba en el patio de butacas del Auditorio de Vícar, localidad almeriense que apuesta por la educación como lugar de encuentro de las nuevas generaciones y donde, como colofón a unas jornadas culturales, al equipo que forma su Ayuntamiento se le ocurrió contar con la presencia de Quico Taronjí, conocido periodista y presentador de televisión. Santanderinos sus orígenes y residente en Madrid, el protagonista de la charla de aquella mañana tuvo a bien recorrer los quinientos kilómetros que separan la capital de España de Almería para insuflar motivación y buenas sensaciones al alumnado por el que late el corazón del Poniente.
Con la mejor de sus sonrisas y los brazos abiertos, Quico se presentó ante la sala y empezó una narración sobre diversas situaciones por las que había pasado en los últimos años, acompañando su relato de imágenes que se iban proyectando tras él.
La magia de las palabras emitidas, entre las que recuerdo la pasión, el salir de la zona de confort, la capacidad para concentrarse, el hallazgo de la paz, la perspectiva entre el pasado, el presente y el futuro, la fuerza del mar, emprender, encontrar la felicidad, agradecer cada día el seguir vivo, la llamada del héroe, saber cómo mantener el alma plena de lo que necesitamos o ser conscientes de la importancia que tienen nuestros seres queridos no hacían sino iluminar el hilo conductor de su discurso, la historia que le había cambiado la vida: la travesía que realizó en 2013 entre Algeciras y Estambul a bordo de un kayak trimarán, bautizado con el nombre de Invencible, y que tenía como objetivo hacer de su pasión un medio de vida, lanzarse a navegar y transmitir las sensaciones y situaciones que allí experimentó a una productora de televisión que pudiera servir de puente entre él y el gran público, porque el fin no era otro que compartir esa energía, regalar lo vivido.
Quico Taronjí nos enseñó cómo no hay que rendirse aunque algunas puertas se cierren, cómo creer que los sueños pueden hacerse realidad, cómo afrontar proyectos con la única verdad del propio empuje, cómo ponerse objetivos en la vida e ir a por ellos, cómo resolver las vicisitudes de un viaje por mar, hacerse pequeño en una tormenta eléctrica, creer que lo único que te queda a veces para seguir a salvo es rezar, perder el miedo a la oscuridad, saber que nunca puedes relajarte si quieres mantenerte a flote, hacerte preguntas en voz alta y que la respuesta, pese a todo, siempre sea “¡No! No volvería a mi vida llena de comodidades”, aprender a superar los obstáculos que aparecen en el camino de esta aventura que es vivir, que nunca hay que tirar la toalla, tener la seguridad de que tu instinto te mantendrá con vida y que ver una media luna en el horizonte sólo puede significar algo bueno. Él consiguió su sueño: VIVIR en mayúsculas, respirar libertad, sentirse feliz y en paz con todo lo que le rodea. Y, además, ha decidido hacernos partícipes de “su secreto”, darnos la mano para que avancemos sabiendo que alguien más lo ha logrado, que no hay imposibles.
Hace unos días, por la mañana, desde el patio de butacas de un auditorio, en un pueblo del sureste andaluz, sentí que volvía a mis quince años y me mimetizaba con los estudiantes que allí se encontraban, se reavivaban más aún mis anhelos de infancia y juventud y pude comprobar el brillo en la mirada de los que ocupaban el resto de los asientos, el escalofrío y la adrenalina por las ganas de hacer de sus vidas algo especial. Parece que aún somos muchos los que creemos que las utopías pueden mover el mundo. Gracias, Quico.
