Estamos en una época del año en la que proliferan por todas las casas los nuevos calendarios del año 2020, con sus distintos diseños y formatos: unos para colgar en la pared, otros para poner en las mesas, unos con fotografías de lugares cercanos, otros con ilustraciones… En definitiva, unos objetos a los que nos “atamos” y que marcan nuestras vidas, en ocasiones de forma exagerada.
[Sumario]
Las personas que trabajan enseguida buscan en ellos los días festivos del próximo año, si hay algún “puente”, etc. con la intención de empezar a planificar las vacaciones o las posibles escapadas de los próximos 365 días. Quizás la gente desempleada, por su parte, se fije menos en este tipo de detalles debido a su situación laboral y vea cada día como una auténtica oportunidad de que su vida cambie en ese sentido.
Sin embargo, trabajemos o no, parece que hay una regla no escrita que nos obliga a marcar objetivos importantes en los que debemos trabajar desde el día 1 de enero. ¿Por qué sucede esto? ¿Realmente lo que nos pasa en la vida está vinculado a lo que refleja un calendario? ¿Tan programados estamos como para no poder “despegarnos” de una supuesta presión impuesta por un trozo de papel o cartón que pretende orientar nuestros proyectos diciéndonos cuándo debemos reiniciar nuestra propia vida?
Liberémonos de esa necesidad irracional de buscar objetivos cuando termina un año y empieza otro, porque las metas pueden aparecer en cualquier momento del año, sea el día que sea, sea laborable, lectivo o festivo. ¿Vamos a aplazar el establecimiento de una meta porque se está acabando el año? ¿Nos garantiza el éxito adaptar nuestros plazos a un calendario?
Revisemos ya nuestras metas, maticémoslas y hagámoslas alcanzables sin mirar si al almanaque también le encajan en su hoja de ruta. La realidad está ahí fuera y no entiende de números negros o rojos.