Soñaba que soñé que llegaba el día en que no había Día de la mujer. Sí, uno en que no te exigían ser buena en todo, hasta en el dolor.
Y tampoco ser competitiva ni romper techos de ningún cristal porque, sencillamente, ya no existían. En ese despertar no se exigía ser una perfecta madre o mejor profesional.
Ese día en que llevar “la falda muy corta y los tacones muy altos” no significaba menos, ni una más. Ni unos decidiendo. Ni las otras imponiendo.
Y en el que ser “una” no era sinónimo de soledad sino de libertad orgullosamente elegida. O, quizá, mamá de cinco pero siempre bajo tu libre albedrío.
También me vi dando las gracias a las pioneras que partieron del “kilómetro cero” en la lucha de la dignidad, de los derechos en igualdad.
"La poesía es un arma cargada de futuro" decía Celaya.
Y la mejor manera que conozco para expresar que "no quiero sueños. Que quiero realidad".
"Porque tú no necesitas ser mejor que nadie, ¡lo eres ya!
Porque eres tú quien decides lo que quieres ser y eliges lo que anhelas alcanzar.
Porque tú, sí, Tú, no debes permitir que callen tu sentir. No ser moneda de cambio de charlatanes trasnochados.
Menos aún que te avergüences ni avergüencen por mostrar lo que palpita dentro de ti.
Porque tú no necesitas que nadie juzgue tus actos por ser mujer.
Porque tú, y solo tú, eres la dueña de tu destino. La jueza que dicta sentencia en el litigio de tu dignidad.
Al fin un ser humano que desea y pelea para que la igualdad real no sea un sueño en papeles mojados sino una sustantiva realidad".