Te quiero libre

Todo sería muy distinto si la pereza le hubiese dicho a la vida: te quiero libre
Alba Marrero
España
04.02.2019
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«Si quieres escribir sobre La Luna, yo no puedo ofrecértelo», le dijo el jefe con total honestidad. Decía Virginia Woolf —interpretada por Nicole Kidman— en la película Las Horas, que hay un día que es el día de todos los días. Un día en el que te hartas de ese café rancio fruto de una cafetera antigua. De sentirte mal, cada mañana, por acompañarlo con un croissant. Hay un día, que es el día de todos los días, en el que te hartas de querer quedarte durmiendo, de tener que poner la lavadora los miércoles y de comprar los yogures en un supermercado pero la verdura en otro. Hay un día, que es el día de todos los días, en el que te hartas de no brillar, de sólo encontrar el consuelo en la queja, de soñar despierto y de que no hacer el «Y si…» realidad. Hay un día, que es el día de todos los días, en el que mientras vuelves del trabajo a casa te hartas de admirar a los que sí tuvieron agallas, o las tienen, o te agotas por sentir que tienes la vida a medias. Hay un día, que es el día de todos los días, en el que te hartas de complacer a gente imbécil, de tener que compartir tiempo con amistades de mentira o de no decir lo que sientes. Hay un día, que es el día de todos los días, en el que te hartas de no escribir sobre La Luna. Y por supuesto de la rozadura que le hacen las bridas a tus alas.

La Real Academia Española (RAE) define la palabra «pereza» como «negligencia, tedio o descuido en las cosas a las que estamos obligados». Podría discrepar con la RAE pero no tengo ni la inteligencia para rebatirle ni la poca mesura para no convertir en literatura la definición. Lo que me perturba de esta afirmación es la palabra «obligados». ¿A qué estamos obligados? ¿Quién nos obliga? ¿Por qué lo hacen? ¿Cuál es realmente la obligación que nos da tanta pereza ejecutar? Quizá la palabra «pereza» nos traslada a todas esas cosas de los días de todos los días. El gimnasio. La dieta. El sofá. Las labores de casa. La barra de pan. Ir al banco. El frío. El calor. Las clases de inglés. Nos traslada a la banalidad. A lo que nos arrebata el tiempo y nos regala el veneno de la rutina. Qué pasaría entonces si tuviéramos un concepto más amplio de «pereza» y entendiéramos que todas las cosas a las que estamos obligados se reducen sólo a una: la vida. Nos acojonaríamos.

Entonces, si la obligación es la vida tendríamos que empezar a plantearnos ¿Por qué coño aún no se ha cambiado el mundo? ¿Por qué se siguen asesinando a personas por el color de su piel? ¿Por qué se continúa hablando de guerras? ¿Por qué coño la homosexualidad es pecado y la Iglesia multimillonaria? ¿Por qué se continúa reivindicando derechos y libertades de sentido común? ¿Por qué buena parte de países africanos continúan en la pobreza absoluta? ¿Por qué el narcotráfico sigue al libre albedrío en el mundo de los negocios y la muerte? ¿Por qué carajos no existe ya una vacuna contra el sida? ¿Por qué el voto democrático va hacia panfletos y colores políticos y no hacia valores e ideales? Señores, por pereza.

No hay nada en el mundo que no se pueda solucionar si no fuésemos un conjunto de terrícolas perezosos. Trump no hubiese llegado al poder si las mentalidades de los dudosos no se hubiesen dejado llevar por la pereza y hubieran rebatido un argumento político de miedo. A día de hoy no habría guerra sobre la faz de la tierra si el argumento perezoso de «nada va a cambiar» dejara paso a todas las alternativas a la guerra que se ofrecen en todas las sobremesas de todo el mundo. A día de hoy no habría armas, ni sangre, ni muerte, ni dolor si los tiranos deseosos de la riqueza de la masacre, tuvieran tal falta de vagancia que les permitiera encontrar otra fuente de riqueza para sus sucios intereses. A día de hoy todo sería muy distinto si la pereza hubiese creído a todas esas mujeres que salieron por primera vez a reivindicar sus derechos, o a Rosa Parks en ese asiento de autobús, o al «No a la guerra» cuando los truenos sonaban en Irak. Todo sería muy distinto si la pereza le hubiese dicho a la vida: te quiero libre.

Entonces si respetáramos las cosas a las que estamos obligados —que no es más que la vida—y nos quisiéramos libres, no nos encontraríamos agotados en el sofá cuando realmente lo que queremos es estar corriendo en un país desconocido. No estaríamos yendo a unas clases de inglés para el futuro cuando lo que realmente nos apetece es aprender griego para conquistar al amor de nuestras vidas. No estaríamos sintiéndonos culpables por comernos un croissant si en realidad lo que tendríamos que hacer sería nuestra propia pastelería. No estaríamos anclados a un trabajo que nos hace infelices para mejorar el curriculum cuando en realidad lo que buscamos es pintar la magia en nuestra experiencia profesional. No estaríamos cortándonos las alas ni cortándoselas a las personas que queremos o apreciamos o tenemos cariño o admiramos por pisar una tierra firme que, con toda seguridad, el paso del tiempo la hará una tierra triste, taciturna y mediocre. Tal y como ocurre en la actualidad con un planeta ahogándose en la maldad de los fanatismos. Gajes de la pereza. Porque si todos fuéramos libres; si a todos la vida nos hubiese dicho: «Te quiero libre» y todos corriésemos por un país desconocido, todos ya hubiésemos conquistado al amor de nuestras vidas, tuviésemos nuestra propia pastelería y nos dedicáramos a la magia de lo que nos apasiona; es decir, si fuésemos plenos y nos hubiesen enseñado cuáles son las prioridades por las que hay que luchar en la vida ¿nos daría pereza evitar la guerra?

Si los cimientos de la sociedad hubiesen sido los de la plenitud y no los de la pereza; la actual tirana que gobierna al mundo, a las personas y a las empresas ¿Seguiríamos diciéndole a esa chica llena de sueños que no se le puede ofrecer escribir sobre La Luna? ¿Seguiríamos sin cambiar absolutamente nada porque da mucho trabajo modificar la realidad que creímos eterna?

Ella pensó «Sí. Exacto. Quiero escribir sobre La Luna». Aunque no vio necesario compartirlo con él. Se levantó con fuerza. Sonriente y ya que no le hicieron la oferta, se la hizo ella misma: «Me voy. Me quiero libre. Me quiero viva».

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