Cuentas pendientes

"Educar es lo mismo / que poner un motor a una barca... / Hay que medir, pensar, equilibrar... / y poner todo en marcha." (Gabriel Celaya)
Irene Cortés
España
27.07.2018
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Tengo una cuenta pendiente con dos de mis profesores. No se trata de una reyerta, como en los libros de aventuras o en los dramas teatrales. Más bien al contrario. Llevo muchos años pensando en que se merecían un homenaje y siempre he creído que se me daría mejor hacerlo por escrito aunque ellos ya saben lo que pienso o, al menos, lo intuyen.

Esto de las intuiciones es algo muy subjetivo. Generalmente, ocurre que, cuando ves a alguien, la presencia de esa persona te da buena o mala sensación, depende del caso. Para mí es fundamental mirar a los ojos, que por algo son el espejo del alma, o escuchar la melodía de una voz. Y creo que cuando las personas a las que dedico este texto se cruzan conmigo y nos paramos a charlar, ven cómo se me ilumina la mirada, sonrío e intento decirles con un lenguaje silencioso cuánto los admiro.

La primera vez que miré a los ojos a doña María de Gádor, yo tenía ocho años y ella iba a ser la persona que me enseñara en el colegio durante los tres cursos siguientes, lo que en EGB se conocía como Ciclo Medio, es decir, tercero, cuarto y quinto. ¡Y vaya si nos enseñó a mí y a mis compañeros! Practicábamos matemáticas con una técnica que ella llamaba “Cálculo mental, cálculo rápido”, donde todos formábamos de pie un semicírculo en clase frente a la pizarra y, como si se tratara de un juego, resolvíamos problemas y operaciones varias a un ritmo que a mí me parecía trepidante y que nos hacía sentir que estábamos aprendiendo más y más cada día. Doña María de Gádor también nos enseñó a presentar trabajos adecuadamente, a redactar, a escribir textos utilizando la imaginación, nos impartió clase sobre geografía, historia, ciencias… Pero lo más importante es que nos desveló los secretos para ser buenas personas cuando creciéramos, para saber siempre qué camino era el mejor para nosotros.

Conocí a don Antonio Reina en COU, el Curso de Orientación Universitaria, el último del instituto equivalente a lo que hoy es segundo de Bachillerato. Nos daba la asignatura de Literatura. Don Antonio era “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Así lo habría definido Machado, el poeta que nuestro profesor nos explicó con tanta pasión, que no tuve más opción que amar aún más la literatura y matricularme en la universidad en Filología Hispánica. Tenía tanta paciencia con nosotros… No sé cómo lo percibirían otros compañeros, pero en mi mesa de la segunda fila de la clase, el tiempo se paraba cada vez que teníamos Literatura. Creo que obtuve de él el aprendizaje de que si explicas a tus alumnos creyendo en lo que haces, sintiendo que te sumerges en la obra, en el personaje o en el autor, harás que ellos también lo sientan así.

Entenderán ustedes que, cuando terminó mi etapa escolar y de instituto, el recuerdo de lo aprendido gracias a doña María de Gádor, primero, y a don Antonio, después, seguía vivo en mí. ¡Me alegraba tanto encontrármelos en cualquier lugar de nuestra pequeña ciudad! He tenido mucha suerte con los profesores que han formado parte de mi periodo como estudiante en el colegio, en el instituto y en la universidad. Los recuerdo a todos, y de cada uno he obtenido aprendizajes fundamentales para mí y por los que les estoy muy agradecida. Pero ellos dos son, además de grandes profesionales, personas especiales.

Aún me sorprendo hoy, frente a los que son mis alumnos –porque claro, con ejemplos así, ¡cómo no iba a dedicarme a la enseñanza!- utilizando ejemplos o ejercicios inspirados en lo que ellos hacían. Si los recursos didácticos o las palabras no pasan de moda con el transcurrir del tiempo, es porque algo se ha hecho bien.

En la actualidad, doña María de Gádor y yo quedamos de vez en cuando para tomar un café y contarnos cómo nos va la vida. Y no hay año que olvide felicitar a don Antonio cada trece de junio. Ahora ya no les hablo de usted, así me lo pidieron ellos, son mis "queridos profesores". No sé si sabrán que aún guardo sus apuntes y libretas de aquellos años porque, para mí, los tesoros se escriben sobre papel. Gracias a los dos por haber formado parte de mi vida, por ser referentes en mi preparación académica, por dejar que me siga reflejando en vuestra mirada y en el recuerdo de los días en el aula.

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