Lo anunció, en marzo, en Youtube, que se iba; que escapaba como lo había intentado en 2002, de las garras del lujo y el poderío, de un Dubái ajeno al desierto al que pertenece y ahogado por edificios esperpénticos, carísimos, inútiles, de esos que son el descaro del ignorante.
Su padre, que quiere tener el ‘Mundo’ en cuatro palmos de desierto, uno de esos jeques de blanco inmaculado, que al viejo estilo occidental, reza por el día y peca hasta la noche; pues bien, su padre, parece que ha perdido a otra de sus hijas, dispuesta a huir, hasta donde pueda, rumbo hacia Londres, o hacia cualquier otro rumbo.
Desaparecen las mujeres pobres y desaparecen las mujeres ricas. De ellas no queda, sino el eco de un artículo, en esta ocasión, de El Comercio de Perú, que teclea las letras de otro nombre, allende los mares.
Dice Latifa: “Si ves este vídeo, es que estoy muerta o en muy mala situación”. Espero que sea todo lo contrario; que estés bien, libre, a salvo y en silencio. Pero si no fuera así, quiero que sepas que tu mensaje, ha cruzado más fronteras que los jet de tu padre; ha calado en más corazones, que estrellas hay en el cielo y que todos, o casi todos, queremos que vivas tu vida, de la forma que quieras vivirla, donde te apetezca hacerlo.
Querida Latifa: no escribas, no llames, no digas quién eres, porque sus tentáculos te arrastrarán a la celda de sus desperdicios. Es inútil preguntarse ¿por qué me educas en el conocimiento, si me niegas la libertad de ejercerlo? Es una batalla perdida; pero, si estás bien, tú has ganado muchas guerrillas, que ayudan a muchas guerrilleras.
No estás sola. Mira al cielo: estamos todas.