Alguna vez habrás ido al campo y casi como una banda sonora habrás escuchado esa mítica frase de «Aire puro, tío». Esa vibración que nos estampa la naturaleza en la cara, nada más bajarnos del coche, es la joya de la corona que creemos poder sustituir con céspedes artificiales, plantas de plástico y animales de juguete. Toda la magia que puede llegar a ofrecernos la naturaleza, como sus plantas medicinales que llevaron a muchas brujas a la hoguera, con animales como los rinocerontes que invitan al recuerdo de los dinosaurios o con esa energía que una ciudad rodeada de farolas y claxon no podría transmitir aunque quisiera, se evapora ante nuestros ojos porque creemos que más adelante podremos remediarlo, sustituirlo o incluso, no necesitarlo.
Nos creímos los putos amos. Hemos hecho subir la fiebre al planeta, absorbemos su agua sin reparo, aniquilamos su fauna sin remordimientos y sustituimos el verde naturaleza por el gris cemento sin reflexión. Lo despilfarramos todo como si hubiera otro sitio al que ir. Una vez bajados de los árboles, quizá cuando ya nos creíamos los más listos del percal, empezó también nuestra perdición. Aun con ese don del raciocinio, nos convertimos en los únicos panolis capaces de perder el respeto por la naturaleza, matar por diversión, por deporte y tradición. Qué cosas. Ser la especie capaz de comprenderlo todo, nos llevó a arrasar la vida a nuestros pasos y a ser testigos, durante toda nuestra existencia, de que el mundo se derrite como la mantequilla y de que nuestros océanos, esos de los que apenas sabemos un 5%, se tiñen de negro y se ahogan entre botellas de plástico.
Hace unas semanas se conocía la muerte de Sudán, el último macho de rinoceronte blanco del norte que quedaba en el mundo. Sudán fue sacrificado debido al terrible dolor que ya padecía desde hacía tiempo por sufrir alteraciones degenerativas en sus músculos y huesos así como graves heridas en la piel. Ya un año antes, este rinoceronte había conseguido gran popularidad en el mundo porque sus cuidadores le habían creado un perfil en Tinder, la conocida aplicación de citas. Con ello, lejos de buscarle una novia, se pedían fondos para desarrollar técnicas de fertilización in vitro que evitaran la extinción de esta especie. Tras la muerte de Sudán, sólo quedan dos hembras de rinoceronte blanco del norte que serían su hija y su nieta. La fecundación in vitro con ellas sería la única esperanza de mantener viva a esta especie.
Lo ocurrido con Sudán y con toda la especie del rinoceronte blanco del norte, y con todas las extinguidas o en peligro de extinción, es el desencadenante de una serie de cazas furtivas e ilegales, negocios turbios y crueldad humana. Somos los únicos de la sabia madre naturaleza a los que la ambición ha cegado hasta tal punto de que hemos hecho un daño irreparable a todo nuestro ombligo umbilical. Los cuernos del rinoceronte blanco del norte, por ejemplo, tienen un precio estimado en el mercado de 50 euros el kilo. Ante la extraña necesidad de abrigos de piel, figuras de marfil o triunfos de caza ahí fueron los rifles y las trampas, los putos amos de La Tierra, a decidir quiénes viven y quiénes no. Todo lo que las fotografías y documentales nos muestran hoy como fauna amenazada o en peligro, el día de mañana, si la avaricia continúa con su dominio, será la tumba de toda una especie.
La fotografía ganadora de este año en el concurso Wildlife Photographer of the year, realizada por Brent Stirton, deja patente esa crueldad de la caza furtiva en la variedad del rinoceronte negro, mostrándonos a uno de ellos que yace muerto con el cuerno completamente arrancado. Los putos amos, que consiguieron incluso abanderar La Luna, son los mismos que han generado estas imágenes y los únicos que han abanderado la crueldad en La Tierra. Han empezado a extinguir a su propio planeta haciéndole daño, haciéndole sufrir, sangrar, llorar (aunque ya apenas sin lágrimas) y arrepentirse de darnos a nosotros la capacidad de proteger cuando, más bien, hemos destrozado.
Stirton tituló su fotografía “Recuerdo a las especies” y es que si se continúa con este ritmo de putos amos, que no son más que crueles ignorantes, ya todos hemos empezado a desaparecer. Como me dijo una amiga hace poco, parece que el ser humano solo es capaz de respetar a la tecnología. Y eso que lejos de que exista su extinción, cada día estamos más rodeados de ella. Si eso es lo que verdaderamente honramos, todo lo que nos rodee en un futuro serán cables, botones y corazones de plástico. Todo serán robots y maquinarias porque habrá sido lo único con lo que el ser humano se haya quitado el sombrero. Aun teniendo más enfermedades, vicios y vacíos emocionales. Aun sin valorar, honrar, alabar y proteger ese cosquilleo que da, nada más bajar del coche, respirar «Aire puro, tío».