Así comienza el poemario del escritor mexicano Gilberto Owen (1904-1952) que narra una travesía de veintiocho días de duración en el mes de febrero, una especie de cuaderno de bitácora titulado Sindbad el varado, que se publicó en Bogotá en 1942. Pero no nos confundamos: a pesar de la influencia que pareció ejercer en este autor la historia de Simbad el Marino –relato que forma parte de Las mil y una noches- lo que Owen intenta transmitirnos en sus versos es un viaje interior.
“Encontrarás tierra distinta de tu tierra,
pero tu alma es una sola y no encontrarás otra”.
No es casualidad que me haya fijado esta semana en Gilberto Owen; nació, como yo, un 13 de mayo, hace ahora 113 años, un número mágico. Tampoco es baladí el hecho de que yo haga referencia concretamente a esta obra, cuyo epígrafe abandona la tierra, pero preserva el alma. Ni siquiera parece algo dejado en manos del azar el que hayan pasado 75 años de la primera edición de este libro, porque hace también algo más de 75 que comenzó el exilio español hacia México al finalizar la Guerra Civil. Es curioso cómo este país celebraba dicho periplo organizando una exposición que bautizaron con el nombre de “El exilio español en Ciudad de México, el legado cultural” y que se inauguró el 1 de julio de 2014. Se trataba de hacer una reflexión en positivo del enriquecimiento cultural que este hecho supuso, al margen de la causa que llevaba a los españoles a cruzar el charco, a buscar otros brazos distintos a los de su madre patria. Decía Owen:
“Ya no va a dolerme el mar,
porque conocí la fuente”.
La construcción de muros, de fronteras infranqueables, no tiene sentido. No podemos convertir la faz de la tierra en algo que, a ojos de Dédalo e Ícaro desde el aire, parezca un laberinto del que huir. No en vano ofrecen ya viajes sólo de ida hacia otros planetas. Y es que, ni la luna es tan brillante vista de cerca, ni la tierra tan azul.
