Escribo estas líneas en plena jornada electoral en Cataluña. Unas elecciones donde no se presentan varios partidos políticos, sino dos bloques creados por váyase usted a saber quién. Unos son independentistas y otros se auto definen como constitucionalistas a pesar de saltarse media Constitución cuando lo estiman conveniente. En medio, un partido político, que no sabe dónde meterse ante esta situación y que será la clave de todo. No habrá mayoría posible sin sus escaños, por lo que estos serán fundamentales.
[Sumario]
Esta cita con las urnas llega dos días antes de un Clásico, ese partido de fútbol que paraliza España y donde, como es habitual, los españoles se dividen. Barça o Madrid. No hay más. Esa división constante en dos sectores polarizados y claramente diferenciados nos ha llevado a ser el país que somos. Y no me refiero al fútbol. Los capítulos más negros de nuestra historia se deben, en gran medida, al continuo enfrentamiento entre dos grupos. O tú o yo, pero los dos no. Quizá por eso se vayan a repetir las elecciones en Cataluña. Apunten el dato y me cuentan en la primavera de 2018. Este no es un país para pactos. Ya se demostró en las últimas elecciones generales.
En este triste y maldito lugar llamado España, solo existen dos alternativas sea cual sea la temática que se trate. Así hemos sido, somos y seremos, si no lo remediamos pronto. Y es que las reglas del juego son estas. No queremos adversarios, preferimos tener enemigos. Enemigos que, a menudo, intentamos vencer en lugar de convencer. Enemigos a los que ni siquiera permitimos hablar para que expongan sus ideas. Si Hitler viniera a España, no le dejaríamos expresarse a pesar de lo interesantes y enriquecedoras que probablemente resultarían sus palabras aún estando en desacuerdo con todas ellas. Para opinar hay que conocer. El insulto, la guerra y la mentira siempre fueron mejor opción que escuchar e intentar convencer al otro mediante el arma más poderosa que existe en este mundo, la palabra. Ese otro del que hablo, al que un tipo decente intentaría convencer con argumentos sólidos, tampoco se queda corto. Con tal de tener razón, será capaz de negar la realidad que tiene justo delante de sus narices. Esa cerrazón, prácticamente congénita aquí, dice mucho de un país donde por cada hombre bueno existen tropecientos hijos de puta que, en el mejor de los casos, acaban siendo ministros, alcaldes, concejales o presidentes del gobierno. Pero en el peor y más peligroso de los casos, se convierten en profesores que propagan en aulas su gilipollez.
España es el lugar donde todo el mundo opina sin tener ni la más remota idea del asunto sobre el que opina. La ignorancia por encima de todo. Les pongo un ejemplo. Si yo opinara ahora que la Primera República fue un auténtico desastre o que la izquierda fracasó de la mano de Manuel Azaña en la Segunda República, no encontraría más que imbéciles acusándome de monárquico, antidemócrata, franquista y un sinfín de barbaridades, sin tan siquiera preguntar el porqué de mi afirmación. Y seguramente, con la explicación oportuna de por medio, todo el tinglado entendería mis palabras, pero aquí se lleva más eso de criticar antes de escuchar.
Si Aristóteles nos viera, diría que somos el ejemplo perfecto de todo lo contrario a lo que él planteaba. En el término medio se halla la virtud, decía Aristóteles. En los extremos se hallan el odio y los imbéciles, añado yo. Muchos dicen aquello de ‘pero mójate, ¿blanco o negro?’. No entienden que la vida es una escala de grises, y antes de mancharse de blanco o de negro se deben probar los distintos tonos grisáceos. Es decir, escuchar los argumentos del otro antes de exigirle una opinión cerrada de un lado u otro, porque puede ser que prefiera un poco de ambos extremos. Las etiquetas nos han hecho mucho daño como sociedad, y nos siguen causando muchos problemas. Parece que siempre hay que elegir, hay que ‘mojarse’. De derechas o de izquierdas, blanco o negro, República o Monarquía, del Betis o del Sevilla, del Barça o del Madrid, PP o PSOE, Cristiano Ronaldo o Leo Messi, Iglesias o Errejón, independentistas o no independentistas… Y así seguimos. O estás conmigo, o estás contra mí.
@Intraverno