Escritor y periodista, Gómez de la Serna (Madrid, 1888 – Buenos Aires, 1963) tuvo una obra prolífica. Sin embargo, las Greguerías, los pellizcos metafóricos cuya lectura nos sumerge en un mundo donde sólo tiene sentido el arte por el arte, es su volumen más original. Un siglo lleva transitando este género -al que se ha considerado predecesor del aforismo- por las páginas de los libros de texto y crítica literaria. No hay edad para la vanguardia, para la ausencia de explicaciones; no hay límite para el hecho poético.
Este recién estrenado 2017 se conmemora el centésimo aniversario de la creación del escritor madrileño. Quién sabe si se le harán los honores oportunos. Por si acaso, valga este artículo.
En una época en la que el estrés y la prisa casi no permiten pasar las páginas de un libro mientras disfrutamos del aroma que subyace a las mismas, cuando las redes sociales no hacen en ocasiones sino acotar el espacio y el tiempo, y lo que acurre allí afuera, en el mundo, provoca que construyamos un muro alrededor de nuestra zona de confort, la salvación puede pasar por poner filtros a aquello o aquellos que llamen a nuestra puerta.
Nosotros somos los únicos responsables de qué o quién va a atravesar el umbral del hogar que nos cobija. Así que, dada la situación en la que nos encontramos, quizá debamos aprovisionarnos de una buena dosis de pensamiento crítico que nos permita distinguir noticias objetivas de las que no lo son tanto, programas de televisión que aporten algo en positivo a nuestro día a día, textos de opinión que merezca la pena leer, conversaciones enriquecedoras, espacios radiofónicos amenos e interesantes, exposiciones que hagan que los prismas desde los que mirar se multipliquen en nuestro interior, buena música, cine del que nos hace reflexionar, y, claro, literatura que nos mueva por dentro, que nos emocione hasta el extremo. Porque de esto último trataban las vanguardias, de explorar internamente, en corazón y cabeza, en piel, en estómago. Los que abrazaron los “Ismos” no eran amigos de demasiadas explicaciones, sólo de aquello que hiciera frenar al receptor para detenerse a sentir.
Así lo hizo también don Ramón, con greguerías como “la golondrina es una flecha mística en busca de un corazón”, “el arco iris es la bufanda del cielo”, “somos lazarillos de nuestros sueños”, “lo peor de la ambición es que no sabe bien lo que quiere” o, sí, una de mis favoritas, “sólo el poeta tiene reloj de luna”.
La Biblioteca Nacional cuenta, desde el pasado verano, con una colección de más de mil greguerías de Gómez de la Serna, así como otros documentos del autor. Tal vez, un próximo viaje a la capital –para los que somos de fuera- pudiera pasar por caminar hacia la cultura y no en sentido contrario a ella. Hay tiempo para todo, aunque sea ya noche cerrada para escribir sobre el hecho literario.