La grandísima Carmen Maura representa estos días en el teatro Infanta Isabel de Madrid la obra La golondrina, una maravilla que nos hace reflexionar sobre la honestidad, cómo afrontamos el dolor y nuestros problemas o verdades y la pérdida repentina de un ser querido.
En esta obra Maura es Amelia, una profesora de música que recibe la visita de Ramón, supuesto alumno que solicita su ayuda para entonar bien una canción, La golondrina, en un funeral. Sin embargo, resultará no ser un estudiante interesado en aprender, sino el prometido de Daniel, hijo de Amelia fallecido meses atrás en un ataque terrorista con motivación homófoba. A partir de aquí se desencadena un interesante debate sobre cómo afrontar el dolor, ya no solo de la pérdida de un ser querido de manera repentina, sino de aquello que no nos dijimos.
El día del ataque, Daniel, de 32 años, le confesó a su madre su homosexualidad. Y decide hacerlo ese día porque hasta entonces no había tenido el valor de salir del armario, temeroso de perder el amor de una madre. Una historia bastante conocida entre gente del colectivo LGTB, el miedo al rechazo. Daniel decide ese día armarse de valor y la respuesta de su madre es fría como el invierno: “de postre solo quedan kiwis”. Ante esto, el joven se levanta de la mesa y se marcha. Amelia no sale tras él, no se disculpa por su reacción, que le ha pillado desprevenida y de la que asegura necesitar tiempo. Un tiempo que, por desgracia, ya no tiene.
¿Y si esto nos pasara a nosotros? No necesariamente con un atentado terrorista que, por suerte, en España no son muy frecuentes. Pero accidentes ocurren todos los días. Es algo en lo que, supongo que, por pura necesidad de vivir en paz el día a día, no pensamos a menudo. Y, sin embargo, es una realidad que en cualquier momento existe la posibilidad de que nos pase algo. Si eso ocurriera, ¿estamos libres de culpa? ¿Hemos sido todo lo sinceros que queríamos con nuestros seres queridos?
Si dos años atrás a mí o a mis padres nos hubiera pasado algo, nos habríamos ido sin despedirnos y, además, sin que ellos supieran cómo soy realmente. No hubieran sabido jamás que tenía pareja y que era muy feliz con ella. Una parte de mi vida, muy importante, que no hubiera existido para ellos, y que creo que muy posiblemente me arrepentiría siempre de no haber hecho.
La golondrina me ha hecho recordar lo importante que es ser honestos tanto con nosotros mismos como con las personas a las que queremos. Digamos más te quiero, me importas, te echo de menos. A nuestros padres, abuelos o amigos. A la persona que nos gusta. Soltemos más nuestros sentimientos, que fluyan libremente. Olvidémonos de las prisas y vivamos con más calma, más paciencia y más soltura. Seamos felices, empaticemos, no juzguemos y, sobre todo, seamos visibles, en todos los sentidos. Porque nunca sabemos cuál va a ser el último día con nuestros seres queridos.