Confieso que le he preguntado a Google de dónde viene la expresión “mirarse el ombligo”, y me dice que es de “una antigua costumbre cristiana de los monjes hesicastas de la iglesia griega ortodoxa, quienes acostumbraban dejar caer la cabeza durante la meditación, como si se estuvieran viendo el ombligo”. Así parece que estamos, apelando a: “y de lo mío ¿qué?”; bueno, de lo suyo, de lo de muchos miles más, se ocupan otros miles en dar solución; lo primero a frenar el avance del maldito coronavirus, en paralelo a que la situación económica, que puede anuncia crisis en millones de familias, no sea tan desastrosa; y la hipoteca, el alquiler, las cuotas de autónomos, el seguro de desempleo y los suministros básicos, no sean la espada de Damocles que amenace cada hora de encierro de las próximas semanas. Que la situación es gravísima: sí; que, o todos juntos, coherentes, ecuánimes y solidarios, o va a ser muchísimo peor: también; que esto no es una cuestión de 10 o 20 infectados, pues nos lo dejan claro en cada información; lo mismo que las cifras de fallecidos van a incrementarse, hasta llegar al pico de la curva que tenemos que hacer descender, sea como sea; y para ello: quietos en casa.
En este momento, ¿a quién coño le importan los 10 años de guerra en Siria?; ¿Siria?, eso está muy lejos!; es verdad, menos que China, pero lejos. Pensar en los miles de refugiados que se hacinan en Turquía, Grecia, Italia y las orillas de un Damasco demolido, por citar algunos campos repletos de personas, que por no tener, no tienen ni agua, ni letrinas, ni apenas alimento y para los que el COVID-19 es otra desdicha más, tras verse obligados a abandonar sus casas, con las familias terciadas, y dos enseres y medio, en la huida desesperada de las bombas y las balas, que han convertido en ruinas aquello por todo lo que han luchado a brazo partido. Estos millones de hombres, mujeres y niños, se han quedado sin ombligo que mirarse y construyen seudo vidas, con cuatro cartones y dos latas, para refugiarse del viento, la lluvia y la nieve. Sí que alguno pregunta: “oiga, ¿y de lo mío, qué?”; pero, claro, sin esa pequeña cicatriz en medio del vientre, no se le va a dar respuesta… ¿ahora? Leía hace unos días un artículo de un especialista en la guerra de Siria, en Euro News, que no encuentro, en el que relataba la década de desolación, mala gestión, horror y abandono que han sufrido los sirios, por mor de la codicia del petróleo y otras riquezas de su país, de las que ellos (los refugiados) apenas se han beneficiado, ni antes, ni nunca. El mirar de Europa hacia otro lado, es una costumbre tan perversa como consolidada en sus férreas e impenetrables economías, que han subrayado con la llegada del virus, hasta que ha traspasado sus fronteras; las fronteras de los grandes y, entonces, las han cerrado, aunque cerradas llevan mucho tiempo, pero a la chita callando.
Este coronavirus, que nos hace mirarnos el ombligo, puede hacer también, pasado un tiempo, que alcemos la vista y observemos nuestro alrededor, más allá del horizonte de la ventana del vecino de enfrente y pensemos que si miles de personas mueren con un COVID-19, de dudosa procedencia, al que parar no es cuestión baladí; puede hacer que pensemos de manera más global, humana y responsable. Porque, ¿qué puñetas hacen millones de personas a la intemperie, sin presente ni futuro, víctimas de una guerra a la que son ajenos?, ¿te imaginas que esta enfermedad nos pusiera a nosotros en la misma situación?, ¿estamos convencidos de que Occidente no sucumbirá?; en los 510,1 millones de kilómetros cuadrados del planeta, ¿no cabemos todos con vidas dignas, respetables y respetadas?; ¿por qué la mitad de los 7.500 millones de habitantes no tienen los mismos derechos que tú? Para equilibrar este desastre, en 1945, se crea la Organización de Naciones Unidas, que tiene tantos tentáculos que ya no sabemos qué hacen ni para qué sirven. Los 192 países que están ahí metidos, tienen que explicar al mundo su ineptitud y fracaso y, sobre todo, qué diantres hacen con los millones de millones que manejan. No me extrañaría que mucho dijeses que en realidad, ellos están para ir a las reuniones a las que les convocan y cobrar. Alguien, ahí fuera, tiene tiempo y ganas de sumar los dineros aportados para paliar, por ejemplo, el hambre y las enfermedades, en el último lustro, sin ir más lejos?
¿Cómo es posible que las millonarias cifras que dicen se destinan a cooperación para el desarrollo, no desarrollen nada? Tengo un par de datos vivenciales, pero este no es el momento de darlos. Hoy, cumplido el 4º día de confinamiento, muchos tenéis que arreglar papeles, para salir adelante; muchos, desde casa; otros, en sus puestos de trabajo, a 2 metros de distancia del prójimo y con todas las medidas de seguridad, que nos advierten por nuestro bien, tenemos que acatar. Bueno, se me ha echado la mañana encima y hay que libertad Internet, que tienen prioridad los teletrabajadores. Abrazos a todos y hasta mañana.