Más País acaba de nacer y es probable que se le esté exigiendo demasiado a un proyecto que aún no ha salido del saco amniótico. Pero Errejón asume desde el principio que es un partido circunstancial. Y en un momento de hartazgo social se necesita algo más que un parche para el bloqueo político.
Ese es el problema de base. La izquierda y la derecha se pueden dividir por una cuestión ideológica y programática si hay suficientes diferencias para hacerlo. Es fácil entender que Podemos y el PSOE vayan por separado. Pero ¿cómo se justifica la existencia de un partido entre los dos sin un recorrido a largo plazo?
No hay tanto espacio a la izquierda del PSOE como para que las diferencias entre Unidas Podemos y Errejón les hagan formar partidos distintos. A nivel programático, vaya. Porque de esa división subyace una idea bastante más grave: parece que viene de una rivalidad personal.
Pero Sánchez ahora puede usar a Errejón para hacer ver que sí hay alguien dispuesto a pactar con él. E Iglesias le reprochará darle el apoyo gratis. Pero es tramposo. La responsabilidad de crear un consenso era de Sánchez. Y no fue capaz de llegar ni de lejos. Y la existencia en sí de Más País demuestra que hay una facción que no ambiciona llegar al poder en la misma medida que Iglesias.
Y hay otra clave: qué alcance va a tener. Es difícil que el partido de Errejón tenga una implantación lo suficientemente fuerte como para condicionar una investidura. Y si no llegan a hacerlo, ¿qué sentido habrá tenido presentarse? Y si Errejón consigue tener influencia para allanar el camino a Sánchez, ¿qué es lo siguiente? No se ve un horizonte más allá de la estrategia política. Y eso es grave. Sobre todo porque la gente ya está cansada de la metapolítica. Lo que quiere es escuchar propuestas de país, no de partidos. Lo primero escasea; lo segundo ya va sobrando.