Había una vez, no hace mucho tiempo, en un lugar al que suelen llamar España, un clan malévolo, vendedor de humo demócrata y timador de promesas electorales, herederos de ideas arcaicas, que dejaron a un país sin trabajo, sin casa, sin futuro, con frío y sin pensión. Este clan provenía de una trayectoria moral dudosa, al dejar a la vista cómo sus ansias de triunfo electoral le llevaron a empañar la justicia tras los atentados terroristas de Madrid, dejando así, a los heridos y a las 193 víctimas mortales a la altura del betún. Este clan de la gaviota —que resulta que no es gaviota — alcanzó nuevamente el poder, los escaños, los ministros, el presidente y toda la parafernalia en 2011 aunque ya en aquel entonces, arrancaban los motores, con tramas de corrupción a sus espaldas. Conocedores los españoles, por tanto, de los tentáculos y sinvergüencería de la Gürtel extendidos por todo nuestro territorio. Y aun así, alcanzaron toda su razón de poder, entre tramas, tesoreros bandidos y paraísos, con una mayoría absoluta del tamaño del padre Teide.
Así fuimos. Estancados en una crisis económica que robó planes de futuro, entregamos todo el poder de nuestros destinos a un partido político que prometía sanar la sociedad, curarnos las heridas de desahucios, las ojeras de depresiones y las almas de desesperanza. No obstante, en estos tiempos que corren en lo que todo son reproches y «tú más» o «tú menos» no vamos a ser nosotros, encima, los culpables de que los trajes azules no se hayan puesto de nuestra parte.
Crash, Crash y prácticamente un mes después de su llegada al poder, el gobierno de Mariano Rajoy, por si nadie se había enterado de que de ellos hablaba, tiraba de tijeretazo y anunciaba los mayores recortes de nuestra historia. Más de ocho millones de euros en gasto público que desaparecían de un plumazo. Por cierto, este anuncio, que advertía ya una legislatura de promesas fallidas, dejó entrever que en los próximos cuatro años, la encargada de dar las malas noticias —y la cara— en las pocas circunstancias en las que el PP lo consideraba necesario, sería la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. El presidente, al que los votantes vitoreaban en el balcón de Génova la noche de su triunfo electoral, prefirió el plasma a la gente y el silencio a las respuestas.
Fueron años en los que se impuso el miedo, en los que Angela Merkel nos pisaba los talones y años en donde los bancos fueron rescatados con un préstamo europeo de 100 millones de euros mientras la gente buscaba refugio en los cajeros de esos mismos bancos pero… para dormir. Fue en todo ese contexto donde afloró la ley educativa de la LOMCE que asesina los talentos, la Ley Mordaza, que mata a la libertad de expresión, aparecen los papeles de Bárcenas, las tarjetas Black, se empiezan a romper ordenadores, a destruir pruebas judiciales, a suspender a un juez que se acercaba peligrosamente a la verdad y la situación de desempleo, no nos olvidemos, acogía datos históricos, llegando en el año 2013, a más de 6 millones de parados. Por lo tanto, pido un brindis.
Pido un brindis porque esos señores, que arrebataron millones de euros a la sanidad pública, viendo morir a la gente en los pasillos de los hospitales, se han marchado del poder. Chin chin porque mientras éstos le daban a la tijera, aunque los sobresueldos de cargos públicos estaban a la orden del día, la gente salió a las calles de toda España y las llenó de colores y mareas blancas, verdes o violetas. Porque lejos de aceptar la invitación de esta panda a una relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor, la gente joven —esa que no iba a votar, que pasaba de todo, que no estaba comprometida con la política, ni con el país—apostó por el Oso Madroño de la Puerta del Sol a golpe de caseta y acampada. Brindo porque mientras que algunos del Partido Popular se han visto en la obligación de adornar su curriculum, España tiene hoy una de sus generaciones más preparadas.
Brindo porque este clan, que nos ha llevado a un pozo sin fondo, aunque trate de colarnos uno de corcho con datos de recuperación económica cuestionable, que no se sustentan más que en farsas, precariedad y contratos basura, al fin, se ha marchado. Chin chin porque ya no tenemos a un presidente de gobierno que se ha sentado frente a un tribunal como testigo de un caso de corrupción.
Esa anestesia que ya llevábamos hasta en las cejas tras casos y casos de dinero público a saber dónde y cinismo, ha agotado todas sus vidas. No sé cómo se las ingeniará Pedro Sánchez con la de malabares que tiene que hacer para gobernar con unos presupuestos que no son los suyos, contentar a los que le apoyaron y sacar a flote a este país que lleva años gritando «basta». No sé cómo lo hará y la esperanza aún no sabe muy bien para dónde tirar pero si algo está claro es que a peor no podríamos ir. El percal era ya insostenible y todo lo que ha venido ha sido un soplo de aire fresco, al menos de momento, que España necesitaba desde el 2008. Hace diez años. Sea como sea, hace tiempo que un amigo me enseñó a brindar con ese cántico italiano de A la nostra! que significa algo así como «por nosotros». Desde entonces, no lo he soltado. Así que al fin, y solo de momento, pido un brindis por nosotros; por los nuestros; por la gente; A la nostra!