El Bernabéu volvió a costar para el Real Madrid. No fue tan dramático como ante los fuenlabreños, mas el resultado de la ida flexibilizó el once de Zidane. Sin embargo, la escuadra madridista anduvo de nuevo con las dudas y sobre todo, sin poder librarse de esa incapacidad de decisión que le permita concluir los partidos con contundencia. El empate con honor conseguido por la fe numantina ha sido una prueba más de que el Madrid no se libra del trastorno de personalidad del que quiere librarse.
El Madrid quiso cerrar el marcador desde el primer instante con una actitud aceptable, pero que en la práctica seguía desvaneciéndose con el paso de los minutos. Al igual que en toda la temporada. Su fútbol rondó en todo momento los últimos metros a la espera de que la defensa numantina concediera alguna acción favorable para el ataque del Madrid. Las imprecisiones en la última línea predominaron en el primer acto, con un ataque huérfano de grandes nombres. Hasta que llegó el hombre de la eliminatoria.
Lucas Vázquez se paseó por el área del Numancia con disimulo, buscando la mirada de Dani Carvajal. En el momento en el que el lateral centró, un mínimo gesto de desmarque habilitó al delantero, cuya testa introdujo el balón con un bote picaresco. Vázquez volvió a destacar en el resultado de la eliminatoria (ya provocó dos penaltis en Soria) consciente de que ni los minutos ni la explosividad no terminan por volver.
El Madrid no aprobó el citado examen de contundencia, y cedió. El Numancia se vio con el oxígeno suficiente para rebelarse ante el gigante y cumplió su propósito. A una acción construida desde atrás con entrega de Larrea, que abrió Dani Nieto a la larga para Mateu. En carrera llegó Guillermo, que culminó el gol de honor. El Numancia no anotó un tanto de casualidad: la belleza de la jugada ponía la guinda a una primera parte peleada, como si la eliminatoria no entendiera el favorable resultado general para el Real Madrid.
Se reinició la función y Vázquez volvió a acaparar focos con el segundo que parecía definitivo. Pero no iba a ser así: el Madrid se deshizo de nuevo, por poesía o sin razón. Saúl, que tuvo la oportunidad de debutar en un coliseo, quiso rendir tributo a las zurdas más prodigiosas del balompié. Desde la banda izquierda no dudó en centrar con decisión, a la vez que Guillermo firmó el doblete. El goleador superó la marca de Nacho y con un excelso giro de cabeza, colocó el gol donde Casilla no podía llegar.
Los pitos se introdujeron entre la megafonía del casi deshabitado Bernabéu. Había pase a cuartos, pero las sensaciones exigidas por la grada no se cumplieron. El árbitro pitó el final, y el honor del Numancia destacó y tapó el empate del Madrid ante un equipo de categoría menor. Se quedan en las luces la insistencia de Mayoral, el formidable estado de forma de Ceballos y el ilusionante desparpajo de Vallejo. Por su parte, el Numancia se va con una sonrisa de Madrid para seguir persiguiendo la estela del Huesca. Eso sí, con un baño de gloria gracias al esfuerzo y pasión desplegados en el verde de Chamartín.
