Oficialmente el grupo de los indecisos ha perdido uno de sus célebres miembros. Ha tardado en lanzarse y lo hace en una operación puramente comercial, de marketing, que contribuirá a asear el nombre de Sauber, tan denostado de un tiempo a esta parte por sus funestas actuaciones en los circuitos. Cuando Sergio Marchionne encabezó la presidencia de Ferrari en 2015 se propuso involucrar progresivamente a Alfa Romeo en la Fórmula 1 y ya desde esa temporada podía verse el logo de la marca en los coches rojos. Ahora, afianzando un poco más su concubinato con Sauber, que va más allá de una mera motorización, trae de nuevo un nombre histórico a la máxima competición. Solamente eso, un nombre.
Alfa Romeo no cuenta con una estructura de competición propia, ni aborda su nueva andadura en Fórmula 1 con la ambición competitiva que les caracterizaba en los 80, en tiempos de Bruno Giacomelli y Andrea de Cesaris, y que precisamente se quedó en esa época. Ahora importan las ventas y, ante cifras poco halagüeñas, volver a colocar la marca italiana en el mejor escaparate automovilístico mundial es la solución que el mandamás del grupo FIAT ha puesto encima de la mesa. Poco importa que esa semilla brote en la parte más sombría del jardín, siempre y cuando la novedosa simbiosis otorgue unos réditos satisfactorios en el ámbito comercial.
En Sauber esta ayuda es plenamente bienvenida. Son conscientes de que su presencia en Fórmula 1 es insostenible a nivel de resultados y que el acuerdo traerá un tiempo diferente a un equipo que reclama una bocanada de aire fresco para convivir con su nueva condición de farolillo rojo del campeonato. Tan solo esa esperanza sirve para avivar el optimismo en la escudería suiza dadas las circunstancias. Sauber seguirá peleando en el fondo de la parrilla, pero lo hará con una imagen renovada, más presupuesto en sus arcas y puede que incluso con la motivación de contar con el piloto que más fuerte llama a las puertas del ‘gran circo’. Sea con Charles Leclerc o no en sus filas, Alfa Romeo Sauber ha nacido.