La memoria suele traicionarnos con su selección parcial de acontecimientos que, con el paso del tiempo, no siempre coinciden con la trascendencia de los hechos. Ayer, día en el que se decretó la defunción oficial de un campeonato tan prolífico como la Fórmula Renault 3.5 (renombrada como World Series Fórmula V8 3.5 para buscar la simpatía de los puristas) solo se apuntó a la escasa participación, de tan solo diez pilotos, como origen de la infección que ha necrosado finalmente este órgano útil en las últimas dos décadas de motorsport.
Sin embargo, podríamos encontrar una raíz del problema mucho más evidente en el año 2015, cuando la FIA, apresurada por la irrupción de un piloto con ínfima experiencia en monoplazas como era Max Verstappen, impuso el ya conocido sistema de puntos por categorías para lograr la deseada superlicencia. Ante el reconocimiento excesivo que recibieron campeonatos que transitaban por horas bajas, como la GP2, solo hubo un damnificado claro: las World Series, que precisamente venían de dar cobijo a estrellas actuales como Sainz, Magnussen o Gasly. Renault alzó la voz, pero la FIA miró para otro lado ya por aquellos días.
Ahora sin el respaldo de la marca gala, que decidió abandonar el barco encallado el año pasado dejándolo en manos de RPM Racing, el final de la categoría era cuestión de tiempo. Con solo 20 puntos para el ganador, la FIA decidió otorgar una mayor puntuación a la F2, la IndyCar, la F3 europea, la Fórmula E, el WEC e incluso la GP3, perfilando así un camino con unos pasos mucho más claros para los jóvenes pilotos que caminan hacia la Fórmula 1 e inhabilitando, a su vez, la ventaja de la Fórmula V8 3.5, que siempre supo mantener una apetecible combinación de prestigio sin excesos económicos. Antesala del Gran Circo hace no tanto, ahora ha puesto fin a su historia. Historia que quizá se siga escribiendo algún día.