Cuando pensamos en un coche deportivo, rápidamente nos vienen a la cabeza marcas italianas, alemanas o británicas. Ferrari, Alfa Romeo, Porsche, Jaguar o Mercedes-Benz son algunos de los fabricantes más famosos, con más tradición deportiva y que más victorias han conseguido en el mundo de la competición. Sin embargo y, curiosamente, el primer automóvil que merece el título de deportivo no apareció en ninguno de esos países sino en España, hace más de un siglo. Tal merecimiento se le atribuye a la compañía Hizpano-Suiza, concretamente, a su modelo T45.
Nos remontamos al año 1911. En el contexto internacional, la Paz Armada caracterizaba a una Europa en la que cada vez era más inminente una guerra entre las principales potencias, una Europa que navegaba entre la alegría y el colorido de la Belle Epoque y la carrera armamentística y los nacionalismos que desembocarían irremediablemente, tres años después, en el estallido de la Primera Guerra Mundial. En España, bajo el reinado de Alfonso XIII, la crisis social y política se agudizaba y eran cada vez más habituales las huelgas contra los distintos gobiernos de una monarquía caracterizada por la política del pacto entre los dos principales partidos, el liberal y el conservador, que se alternan en el poder gracias al falseamiento electoral producido por los caciques, especialmente, en las zonas rurales.
En medio de esta situación convulsa, el automovilismo empezaba a dar sus primeros pasos en nuestras fronteras. Paradójicamente, en aquella España principalmente rural, de unas desigualdades sociales desmesuradas y con un enorme porcentaje de analfabetismo en una población que vivía especialmente del campo, surgió uno de los fabricantes de automóviles más lujosos de la época, a la altura de marcas como Rolls Royce y Bentley que ya por aquel entonces eran sinónimo de lujo y distinción. Era Hispano-Suiza.
[Sumario]
El nacimiento de Hispano-Suiza y la publicidad del Rey Alfonso XIII
Esta marca nació en Barcelona en 1904 de la mano de dos empresarios españoles, los catalanes Darmián Mateu y Francisco Seix, y un ingeniero suizo, Marc Birkigt. De ahí el nombre de la empresa que incluía las nacionalidades de ambas partes. La marca no sólo se dedicó a la producción de coches, sino también, como otras empresas en aquellos años, a la fabricación de motores para la aviación, embarcaciones y vehículos bélicos. Los primeros dos modelos salieron de la fábrica a finales de 1904 y en 1905 salieron otros dos. La marca española pronto empezó a adquirir un gran prestigio y reconocimiento, no sólo en España sino también en Europa, gracias a su fiabilidad y belleza, unida a la velocidad que alcanzaban sus coches y, también, al apoyo del rey Alfonso XIII, gran aficionado al automovilismo y poseedor de varias unidades, quien proyectaba la imagen de la marca en los círculos de las clases más adineradas.
Hispano-Suiza T45, el Alfonso XIII
Fue el mismo monarca el que pidió a la empresa barcelonesa la fabricación de un modelo deportivo que fuese veloz y ágil, en consonancia con otros coches que participaban en diferentes carreras de aquellos años. De esta manera, en 1911 vio la luz el Hispano-Suiza T45, un modelo puramente deportivo, biplaza, que contaba con un motor de 4 cilindros en línea y 3.619 centímetros cúbicos que desarrollaba 60 caballos, trasmitidos a las ruedas traseras, una potencia realmente alta en la época. Tenía una caja de cambios manual de 3 velocidades y podía alcanzar una velocidad máxima de 120 km/h, lo que lo convertía en un vehículo muy rápido para el tipo de carreteras que había en 1911. Su ligereza y agilidad hacían de él un coche apto tanto para ir de paseo tranquilamente como para participar en carreras de aficionados. El rey quedó tan impresionado con este coche que permitió que lo bautizaran con su nombre, por lo que fue llamado Hispano-Suiza Alfonso XIII.
El Alfonso XIII estuvo a la venta hasta 1920. Se comercializaron un total de 500 unidades al precio de 11.500 pesetas, lo que lo convertía en un coche cuyo disfrute era exclusividad de la aristocracia española. Su incursión en la competición no fue nada discreta, obteniendo algunas victorias importantes en carreras como la Ostende y Boulogne sur Mer de la Coupe de l’Auto en 1911 y también en la Copa de Cataluña.
Aunque parezca mentira, el primer automóvil deportivo de la historia nació en suelo español bajo el signo de una marca que fue sinónimo de lujo, calidad y belleza. Un fabricante que paseó la bandera española por todos los salones del automóvil y por muchas carreras de la época y cuya historia, aunque breve, es intensa y hermosa.