Hay momentos que acaban resultando decisivos en la historia del deporte, instantes que vistos desde el prisma de la actualidad pueden pasar desapercibidos, eclipsados por un marcador o por la velocidad con la que se suceden los acontecimientos en el frenético mundo del fútbol. El 22 de octubre de 1975 podría haber quedado como el día en el que el Liverpool se paseó en Atotxa en el partido de ida de los dieciseisavos de final de la Copa de la UEFA. Podría haberse recordado por la anécdota de que en las filas de los reds jugaba un tal John Toshack, que años después se convirtió en uno de los entrenadores más importantes de la historia de la Real Sociedad. Pero aquel día es, en realidad, el inicio de la leyenda txuri urdin más importante. Aquel día, Luis Miguel Arconada debutó con la Real. Han pasado 42 años de aquel día y el brillo de Arconada, incluso aunque ya varias generaciones no le hayan visto jugar en vivo, no ha menguado en absoluto.
Volvamos a aquel día en el que cambió la historia. El entrenador de la Real era José Antonio Irulegi. El portero titular del equipo realista, el malogrado Francisco Javier Urrutikoetxea, Urruti. Pero no había comenzado la temporada en la mejor de las formas, por lo que el técnico txuri urdin decidió dar la alternativa al joven Luis Arconada, entonces guardameta del Sanse, filial realista. El Liverpool le hizo aquel día tres goles, por solo uno de la Real, pero nadie pensó, como era es tan habitual, en echarle la culpa al portero. Al contrario, en la Real se mima desde siempre a los guardametas, y más entonces, cuando Javier Expósito, técnico entonces del Sanse, los criaba con tanto esmero. Arconada siguió entre el primer y el segundo equipo, hasta que en la 26ª jornada, un 4-0 ante el Elche jugado en Atotxa, se hizo con la titularidad y ya no la soltó. Pero no aquella temporada, sino en toda su carrera.
Los fríos números dicen que Arconada jugó 551 partidos con la Real Sociedad y 68 con la selección española. Es, obviamente, el guardameta que más veces ha llevado el escudo txuri urdin, y en su momento fue el jugador que más internacionalidades disfrutó, hasta que le superó José Antonio Camacho. Esos números crecen en intensidad según se van recitando. Arconada fue el primer portero de la Liga española en ganar el Trofeo Zamora en tres ocasiones de manera consecutiva. Ostenta el récord de minutos consecutivos sin encajar gol en la Real, 785 en la temporada 1979-1980, la de su primer Zamora. Y es uno de los siete jugadores de la Real que han ganado los cuatro títulos de su historia, la Liga en las temporadas 1980-1981 y 1981-1982, la primera Supercopa de la historia, jugada en la campaña 1982-1983, y la Copa del Rey de la temporada 1986-1987, que la Real consiguió, precisamente, cuando Arconada detuvo el penalti lanzado por el atlético Quique Ramos.
Pero si algo no es Arconada es un compendio de fríos números. Arconada es una leyenda, con todas las letras. Una que nunca se apagará. Porque siempre habrá alguien que recuerde ese grito que resonaba entre los viejos muros de Atotxa, ese “no pasa nada, tenemos a Arconada”. Siempre habrá alguien que recuerde como las actuaciones de este portero, quizá el primer gran ídolo moderno del fútbol español, hizo que un incontable número de niños de todas partes se hicieran seguidores de la Real. Siempre habrá un portero del equipo txuri urdin que juegue con las medias blancas, como hacía siempre Arconada, por mucho que aquello le provocara la ponzoña de los sectores más rancias del deporte y el periodismo español por lucir esas mismas medias cuando jugaba con la selección.
Han pasado 42 años desde que el mundo viera a Arconada jugar su primer partido de alto nivel, desde su debut con la Real Sociedad. Y Arconada sigue siendo Arconada, el número 1, un portero único, legendario e irrepetible, uno que se mantuvo siempre fiel a la Real por muy grandes que fueran las ofertas económicas de los llamados equipos grandes. Arconada no solo legó su antológica agilidad, esa que le hacía llegar a todos los rincones de su portería, o un carisma increíble que le hacía ser el mejor capitán imaginable pese a estar en la posición más alejada del resto del juego. Arconada nos dejó la sensación de que otro fútbol era posible. Uno en el que el amor a unos colores puede conducir a la gloria deportiva más intensa. Y por eso, no pasa nada, siempre tendremos a Arconada.