Esta vez el tradicional paseo de los melancólicos –habitual línea de acceso al Vicente Calderón– quedaba atrás en el tiempo y en el recuerdo para dar paso a una nueva ruta cargada de sentimiento y expectación por ver un reluciente Wanda Metropolitano que abría sus puertas en el día de su inauguración. Nueva casa pero misma esencia, misma pasión y amor por unos colores que siempre teñirán el corazón de los aficionados sin importar el sitio y el lugar.
[Sumario]
Las sensaciones y las miradas se cruzaban entre los seguidores que esperaban esta cita con entusiasmo, deseosos de comprobar ese olor a nuevo que se percibía en el ambiente. Una cita ineludible con su equipo a la que nadie quería faltar por ser ya un hecho histórico para este club que a lo largo del tiempo ha ido creciendo hasta posicionarse entre uno de los mejores de Europa, y ahora con un grandioso estadio digno de la familia que lo aguarda.
El despliegue técnico y las presentaciones hacían presagiar una noche mágica e inolvidable, con fuegos artificiales, avionetas del Ejército de Aviación sobrevolando el cielo madrileño y un espectáculo de luces y sonido propios de una final de Champions –con la presencia del Rey Felipe VI incluida–, elementos que engrandecían y armonizaban el sentimiento de los allí presentes siendo inevitable dejar de lado la nostalgia del antiguo estadio, pero pensando en el presente y en lo que en el Metropolitano se vivirá a partir de ahora: sufrimientos, alegrías y seguro que muchas noches de gloria.
A pesar del juego poco vistoso y renqueante en distintas fases del partido, el Atlético se estrena con una victoria por la mínima frente al Málaga, incluso teniendo que sufrir en los momentos finales, como no podía ser de otra manera en esta noche tan especial, y la despedida con el himno cantado al unísono por una grada llena hasta la bandera, y que un día después parece seguir reverberando, un rugido que otorga el alma a un estadio hasta ayer vacío y lánguido.