Siempre ha sido el torneo más bonito. La Copa siempre de ha dejado un cúmulo de emociones entre semana, de grandes noches épicas, de remontadas, de tandas de penaltis inolvidables. Así se sigue sintiendo en casi toda Europa. Pero en España, la Copa del Rey vive en un proceso de destrucción que se antoja bastante imparable. Los datos que ha dejado la final del pasado sábado no dejan lugar a la duda. Este Fútbol Club Barcelona – Alavés con el que se pone el punto final a la competición doméstica en la temporada 2016-2017 fue el segundo partido final del torneo del KO menos visto por televisión y más de 10 localidades quedaron vacías en el Vicente Calderón, dejando un aspecto impropio del partido con el que se corona la temporada en España.
El contraste con las finales de otros países europeas, con llenos absolutos en Inglaterra (90 espectadores en el Arsenal – Chelsea), Francia (81 vieron el PSG – Angers) o Alemania (75 en el Borussia Dortmund – Eintracht) y un aspecto mucho más festivo y colorido afean el partido en España. De hecho, la Copa ahora mismo solamente sirve como foro de debate y polémica, sea por la elección de la sede de la final o por los silbidos que casi cada año escuchan tanto el Rey como el himno nacional.
El fracaso organizativo de la final es evidente. El Vicente Calderón, que además se despedía con este último partido oficial, tiene un aforo de casi 55 espectadores. El Barça – Alavés se quedó muy lejos del lleno. La Real Federación Española de Fútbol entregó algo más de 19 entradas a cada equipo. Si bien el Alavés sí vendió todos los billetes, el Barcelona no. La Copa, obviamente, se ve como un título menor en una temporada en la que se escapan Liga y Champions. Pero tampoco permitió la venta de las entradas sobrantes para que su afición no se viera en minoría en la grada. La misma Federación se reservó 13 entradas para compromisos y patrocinadores, pero eso, que en el modelo Champions sí funciona, aquí sirvió para coronar su fracaso, porque según algunas fuentes apenas colocó unas 1 localidades.
La afición tampoco respaldó la final por televisión. Sí fue el contenido más visto de la noche del sábado sumando las audiencias de Tele5 y TV3 (ETB no dio la final a pesar de haber un equipo vasco jugándose el título), con 6.443 espectadores. Sin embargo, es el segundo dato más pobre de la última década, superando únicamente el Sevilla – Getafe de la temporada 2006-2007, que apenas congregó frente a la pequeña pantalla a 4.409 personas. El Barça – Alavés tuvo el 36,2 por ciento de share, un porcentaje que sí es el más bajo de los últimos diez años.
Queda así cada vez más claro que la final de Copa es un partido que solo importa a los equipos que la juegan. Y ya ni eso. Desde hace unos años, Real Madrid y Barcelona volvieron a apostar con fuerza por el torneo del KO, y de hecho se han llevado seis de los ocho últimos títulos en juego, y su contundente dominio numérico de los aficionados al fútbol español hizo que la final de 2011 llegara a alcanzar los trece millones de espectadores en la prórroga que decidió un gol de cabeza de Cristiano Ronaldo al borde del descanso del tiempo extra. Pero ese interés de estos equipos sólo se produce cuando se enfrentan entre sí.
La Federación leva años tomando decisiones en contra del espíritu del torneo, cada vez más preparado para que a las finales lleguen los grandes. Privilegios para los equipos que juegan competición europea como jugar contra los rivales de menor entidad o que haya eliminatorias a doble partido hasta las semifinales han provocado que la mayor parte de los equipos use la competición para hacer rotaciones. Y en muchos casos, sobre todo entre los equipos de la parte baja de la clasificación, directamente se juega sin el deseo de seguir adelante, puesto que la permanencia en Primera es más importante económica y socialmente que la posibilidad de seguir adelante en un torneo cocinado para los grandes.