Once eternos minutos. El tiempo justo para echar cuentas, cavilar y hasta empezar a creertelo. El Toyota #7 estaba fuera de combate, con problemas mecánicos en su box y el mundial estaba a punto de terminar con esa imagen. En Spa podría haber caído el título del WEC para Fernando Alonso, un acontecimiento que, consecuentemente, habría transformado la última carrera de la supertemporada en una fiesta final en Le Mans, descafeinada en lo deportivo, pero en la que Alonso, Buemi y Nakajima habrían peleado sin presión por su segunda victoria consecutiva en esta prestigiosa carrera. Es lo que ellos habrían querido y, seguramente, también Toyota, que no ha dejado puntada sin hilo en la gestión de cada kilómetro de sus coches en el campeonato.
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Podría haber sucedido así… podría, pero no. El destino quiso que Le Mans dictara sentencia final, y desde luego no es lo ideal. La magia inherente de esta carrera antológica envuelve la competición en una atmósfera incomparable, una mística hipnótica que invita a olvidar el resto cuando el piloto se baja la visera y que imposibilita correr esta mítica prueba a medio gas, por mucha calculadora que haya detrás. No será literalmente a medio gas en este caso, pero sí evitando apurar pianos y rehuyendo las circunstancias peligrosas que se darán inexorablemente con el tráfico, más si cabe en una edición de récord, con un total de 62 coches y más de 180 participantes. “Que nadie se sorprenda si las primeras ocho horas vamos muy tranquilos”. Fernando ha interiorizado claramente la consigna, a la que solo tiene intención de renunciar temporalmente en su relevo nocturno, momento ya tradicionalmente fetiche para él. Y es que en su corta trayectoria en resistencia, las noches de Daytona y Le Mans han descubierto la mejor versión de Fernando Alonso en términos de concentración, sincronización con el coche y gestión de carrera.
Conway, López y Kobayashi no regalarán nada. La pole del coche #7 obliga a la terna líder de Toyota a firmar un séptimo puesto como mínimo para llevarse el título, lo que en la práctica se traduce en que tan solo viéndose envuelto en una colisión o sufriendo un problema serio de fiabilidad se pondría en peligro esta posibilidad. No hace falta recurrir a los antecedentes más accidentados para meter el miedo en el box de Toyota. En sus 19 experiencias previas hasta la victoria del año pasado, los japoneses padecieron todo lo imaginable en una carrera que siempre guarda una última sorpresa. También Fernando conoce la sensación incómoda de tener un título en la mano, prácticamente ganado, a falta de una carrera por disputar y un punto por conseguir. Aquel final de 2006, de inmejorables recuerdos, queda ya demasiado lejos. Tanto, que ni siquiera Le Mans es ya un objetivo pendiente. Ahora el WEC es la prioridad y si el precio a pagar es el de sacrificar una segunda victoria en Le Mans será un trato justo. Más justo aún si el coche #7 puede llevarse el premio de consolación más grande al que pueden optar. Está escrito. Y cada centímetro de más, cada décima de menos, cada kilómetro por encima del riesgo permitido será una tentación peligrosa que puede acabar con 14 meses de trabajo. Corazón contra mente… y, entre medias, el hechizo de Le Mans.