«Cést pas posible!», «Cést pas posible!», «Cést pas posible!»… repetían una y otra vez en la televisión francesa cuando Sergi Roberto marcó el histórico 6-1. Una hazaña, una proeza, un sueño imposible. Un resultado histórico jamás visto en Europa. Una eliminatoria que eclipsa aquella final increíble en la que el fútbol alemán -representado por el el Bayern de Munich– sucumbió al inventor de este deporte de dioses, el fútbol inglés -representado en esa final por el Manchester United-. Aquella final la había acogido el Camp Nou el 26 de mayo de 1999. Los alemanes se quedaron con la boca abierta. Los ingleses se llevaban las manos a la cabeza. Fue una remontada, firmada con dos goles, marcados en los dos últimos minutos de partido.
Pero esa final ya no es nada. Valió un título, sí, pero… ¿qué mas da? Un 6-1 firmado tras un tremendo 4-0 en París… ¡quién lo iba a esperar! La bancarrota de las apuestas. Porque no fue un 6-1 cualquiera. El Barça se apoderó de los cuartos en sólo 8 minutos. Tres goles en ocho minutos! Apoteósica remontada si se tiene en cuenta que la épica se forja en una segunda minifinal dentro de la final que suponía este partido para el Barça.
[Sumario]
En juego estaba el fin de una era. El fin de un ciclo, ¡cuántos van ya! El remate de una generación de futbolistas impresionantes que suman 21 títulos, con Messi de abanderado blaugrana. Pero no. El fin de ciclo parece que tiene que esperar una vez más. A Messi le cogió el testigo, en una noche de ensueño para los culés, la estrella del tridente que parecía que nunca estaba. El brasileiro Neymar salió de Can Barça convertido en «o novo rei», con permiso de Messi. Pidió permiso para sentarse en el trono por una noche, coger el cetro y manejarlo como si fuese una varita mágica. Encajó por la escuadra una falta, cuando el Barça estaba ya descontando el tiempo para rendirse. Neymar llenó de adrenalina el estadio y otorgó fe y crédito a una noche imposible. La puntilla se la concedió a Sergi Roberto colocando en el balcón de su bota el carburante para una explosión de júbilo sin límites.
Y entonces, Messi recuperó el trono. Porque él es el auténtico «reyecito» de esta generación irrepetible. Si quedaba alguna duda, el argentino fue como el Cid campeador. Ganó sin casi estar. Todo el mundo le tenía miedo. El planeta fútbol estaba pendiente del arrebato futbolístico del mejor del mundo. Messi no encontró el sitio en el marco del rectángulo. Pero tuvo la gracia de un penalti para lograr un hueco en el casillero del marcador y como un grande que es no falló, porque los reyes nunca faltan a su cita. Capitán en la sombra de la gesta y muy presente en la épica. Ahí reclamó su sitio. El gol de Sergi Roberto puso a Messi en éxtasis, algo que nunca había sentido expresado con locura. Y el Camp Nou entró en feliz cólera con él, embrujado por la pasión desbordante del «Khal», el dueño del trono del fútbol mundial. Messi se olvidó del fútbol y salió del marco del fútbol para lucir el marco de la hombrada. Buscó el ardor de la masa. Celebró con furia. Y el estadio entero se vino abajo. «#Remuntarem!» recordaba una pancarta, mientras, los franceses desgarraban la camiseta de dolor y llanto. Unai Emery, podía haberse convertido en “El Principito” de París, pero la ocasión sólo está consagrada para los grandes. Es curioso, porque el “El Principito” es una famosa novela francesa de Antoine de Saint-Exupéry, que narra la historia de un piloto se encuentra perdido en el desierto del Sahara después de que su avión sufriera una avería, pero para su sorpresa, es allí donde conoce a un pequeño príncipe proveniente de otro planeta. El PSG también se encontró, como el piloto, perdido en medio del Camp Nou , sin darse cuenta de que ese campo con Messi es de otro planeta.
Messi se convirtió por poder real, conferido por el pueblo culé, en el «reyecito», el auténtico «Khal» blaugrana. A hombros, como un torero en una tarde de gloria, subió a los cielos del Camp Nou, investido en héroe. Messi firmó noches de grandes épicas de fútbol, pero ninguna como esta. La historia del Barça jamás había firmado una noche igual. Tan significativa. Tan radiante. Tan espectacular.
Messi sintió el síncope de una noche mágica y la fotografía de Santiago Garcés, fotógrafo del F. C. Barcelona, congeló el retrato histórico de la pasión. El hielo se apoderó de las venas de cientos de miles de aficionados, presentes, y no presentes, que frotaban los ojos ante la maravillosa epopeya, ¡No es posible! ¡No es posible! ¡No es posible! ¿Cómo que no es posible? Si el rey está en el campo sólo hay que esperar el suceso. La heroicidad es cosa de reyes. Y en el Camp Nou hay dos. El padre y el hijo. No es cosa de consanguinidad. Es sólo la unión del talento.
La fe mueve montañas. El miedo, el que se apoderó del PSG en diez minutos, destruye todos los sueños. Llora París. Barcelona no cabe en sí de gozo. Francia se ha topado otra vez con España y el maldito deporte español.