Hubo una época en Barcelona que todo lo que tocaba el club lo convertía en oro. Momentos dulces donde la entidad era estable y se respiraba un clima de alegría, forjando una envidia sana —y no tan sana— en otros grandes clubes de Europa. Equipos como el Madrid, el Manchester United o el Bayern veían en el Barcelona un modelo diferente y bien estructurado, con jugadores de fuera pero también de la casa.
Aquel Barcelona modélico, con estilo definido y ciertos valores —los famosos valors—ha quedado en el olvido. La época de Laporta empezó con turbulencias pero acabó de la mejor manera posible. Ronaldinho con Rijkaard en el banquillo, trajeron la paz a Barcelona y lo sacaron del ostracismo que se había metido con los últimos coletazos de Núñez y los dos años y medios esperpénticos de Gaspart.
La continuidad mesiánica del hoy embajador del club en Estados Unidos estaba asegurada con Leo Messi, mejor jugador de la historia del equipo. El argentino heredó el 10 del Gaucho con honor y responsabilidad, sabiendo que el listón lo había puesto muy alto el carioca. Todo lo que vino después es historia viva del barcelonismo, conocedor de que sin Ronaldinho primero y Leo después, el Barcelona no sería lo que es hoy.
Pero eso el Barcelona, al menos a día de hoy, se está viendo fragmentado por numerosas circunstancias que han ido pasando a lo largo de estos años. La no renovación de Guardiola en 2012 cogió en off a una entidad de por sí rastrera. Algo tuvo que pasar entre Pep y Rosell para que el de Santpedor se fuese así, de sopetón.
Sustituir el patrocinio de Unicef por el de Qatar, quitar el título de ‘Presidente de honor’ a Johan Cruyff y no renovar a Abidal, después de todo lo que pasó con la enfermedad, fueron tres gestos que no se olvidan, al menos a los verdaderos culers, aquellos sabedores de que esta presidencia ha ido desgranando poco a poco lo que estuvo cultivando durante bastante tiempo.
El Barcelona pasó de ser un ejemplo para el fútbol a ser uno más. Sí, volvió a ganar el triplete y se empezaron a hacer numerosas comparaciones entre el equipo de Luis Enrique y el de Guardiola, pero aunque los títulos digan que ambos equipos tienen un nivel espectacular, los tres primeros años de Pep son infinitamente superiores a los de Lucho: en títulos, modelo e identidad.
Can Barça ya no es Disneyland. El aficionado no disfruta como antaño y sabe que la única solución es que Messi tenga el día y le acompañen las otras dos bestias que tiene al lado en la delantera. Iniesta y Busquets han claudicado porque el Barça no juega a nada, porque Luis Enrique está al servicio de las individualidades y no al revés.
Además de todo esto, los fichajes no han sido acertados y algunos, como el de Alcacer o Gomes, innecesarios. El Barça se gastó 70 millones en el centrocampista (con las primas por títulos y por si gana el Balón de Oro) y 30 en el delantero, lo mismo que costó Ronaldinho, el mismo que cimentó lo que el Barça es hoy y lo que apunto están de destruir.