columnacero.com

Miedo al fracaso

He tenido miedos. Esto mismo hace que suela confundir el pretérito perfecto compuesto con el presente. El último miedo, hace unos días, cuando pensaba que me ahogaba en mi propio vómito. Puto virus. Puta resaca.

He tenido y sigo teniendo miedo al agua, y puede que sea por eso mismo por lo que parezca que necesito de ella para sentirme completa. Adrenalina pura sumergida. También me aterra cualquier tipo de tiburón o animal carnívoro; posiblemente por ello no me de miedo del todo el ser humano. A no ser que hablemos de madrugada, calles solitarias y hombres en busca de presas. O de un machete y un hacha bajo mis piernas pertenecientes a un par de cincuentones que se ofrecieron a montarme en su coche en una carretera perdida por la provincia de Cádiz. Si estás pensando que yo misma me lo busqué, te invito a que dejes de leer. Eres como ellos.

Tengo vértigo. Recuerdo cuando me lo diagnosticaron. A los días pensé en hacer puenting, pocas cosas hacen que me sienta tan viva como las alturas. Sigo sin haberlo probado, aunque sé con seguridad que no será así en poco tiempo, es más barato de lo que imaginaba.

Con este hilo saltamos hacia otro de mis (me atrevería a decir vuestro también) miedos más atroces. El dinero. El maldito y jodido dios dinero que hace que a la vez experimente las mejores aventuras. En una semana y media emprendo un viaje de seis meses a Barcelona. Mi equipaje: doscientos euros, mi osito de peluche, tres maletas repletas de cosas innecesarias y una tienda de campaña. La maleta gris, la del miedo, la dejaré con mi familia; lo único que puedo esperar es que poco a poco la vayan adornando con tonos alegres. Tengo que deciros que con este ejemplo me siento algo Supertramp, solo que menos cultivada.

Me (da)ba pánico la oscuridad. Puede que ahora explique mi amor por la noche. La luna. Y las ideas fugaces como las estrellas que compartí hace unos días con dos chicas alemanas recién conocidas en un camping cualquiera.

Me aterran las cucarachas, pero sería incapaz de verlas morir. A veces dejo que se acerquen, para comprobar hasta qué punto las oxitocinas se convierten en futuras endorfinas.

Analizando y analizando, rascando dentro de mi alma con ayuda de películas tan maravillosas como Capitán Fantástico y libros como La llamada de lo salvaje…di con mi verdadero miedo. Tenía miedo a descubrir qué había dentro de mí. Descifré entonces que no hay miedo más real que el de darse cuenta de no estar vivo. Desde ese preciso momento me limito a vivir en mayúsculas. Intento estar lo más cerca posible de mis energías favoritas. Y es que la naturaleza me da todo lo que siempre quise ser. Al fin y al cabo, estamos conectados.

Recuerdo que solía hacerme preguntas continuamente:

– ¿Por qué no practicas yoga?

– ¿Por qué no vuelves a leer?

– ¿Por qué no tocas el piano?

– ¿Por qué no te haces vegana?

Con el tiempo, todos los puntos se unieron y…boom, me producía pavor el fracaso.

Este verano he cogido la sartén por el mango y me he preparado unas judías y algo de pescado. He saboreado en profundidad casi la mitad de una de las obras de arte de Thoreau, Walden. Cada mañana siento mi cuerpo más fuerte gracias a los 30 días de yoga con Adriene. Respecto al piano…show must go on.

Y terminando con los miedos…¿Qué es la soledad sino una mala concepción de dicha palabra?

Parafraseando a Thoreau, “para ellos la vida estaba llena de peligros -¿qué peligro hay si no se piensa en ello?-“. No podía tener más razón.

Viaja, disfruta, valora, sé positivo. Tú decides si VIVIR, o vivir. Y, querido lector, permíteme que te diga una cosa. Una vez que escojas la primera opción, no pararás de pensar: “Feels great to be alive!”. 

Exit mobile version