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Vuelvo a leer, y de qué forma

Leila Guerriero, autora de Zona de Obras

¿Recordáis cuando de pequeños nos parecían todos los adultos iguales? Pues a la par que Leila Guerriero, a mí no. Cada persona madura era un objeto más al que analizar. ¿Dónde irá este señor?, ¿tendrá prisa porque es médico y necesita salvar vidas?, ¿le gustarán las películas Disney?, ¿las verá con sus hijos?, ¿cómo será su casa?, ¿vivirá en una cabaña? Y así una cadena interminable de preguntas que formarían una pequeña historia ficticia, o no, sin darme cuenta de que hacía algo parecido al periodismo narrativo en mi mente. Cada gesto, cada mirada, cada mueca contaba, incluso la vestimenta que llevaran. No podría estar más de acuerdo con la cronista cuando dice que “el periodismo narrativo es muchas cosas, pero es, ante todo, una mirada”. Esa mirada de la que habla me llevó a darme cuenta hace unos años que a lo que quería dedicar toda mi vida era al periodismo, y a día de hoy, cuatro años después, sigo rascando para encontrar huellas que me afirmen que esta vocación lleva desde siempre dentro.

No soy la autora de “Zona de obras”, no escribo cuentos ni leo a los clásicos, es más, admito que soy una mala lectora –me fascina leer, pero la maldita falta de concentración me puede-. Sin embargo, he de decir que su libro es belleza pura. Y es que no hay nada más hermoso que una persona enamorada de lo que hace, aunque odie escribir, pero ame en ocasiones los resultados, y que lo plasme de tal sublime manera.

La argentina habla del arte de mirar, del periodista invisible, del gran enemigo del buen periodista: el tiempo, de la frustración de haber pasado semanas investigando y que tras esa montaña de papeles salga una crónica ordinaria, o peor aún, aburrida. Habla y habla, en periódicos, en conferencias, en su propio taller de escritura, en este libro. Y de repente, inspira a una generación algo perdida. Da esperanzas. Da ganas de escribir. Da ganas de leer.

“¿Todos podemos ser periodistas?”, básica pregunta que muchos nos hacemos, debido a este nuevo mundo repleto de smartphones que regalan inmediatez. Gracias Leila, de nuevo, por demostrarme que no. Que “tener lápiz y papel nunca transformó a nadie en escritor, ni tener un piano en casa significa que seas pianista”. Que esto te nace de algo, te recorre por dentro, te limita a mirar el mundo de otra manera menos mundana, te estresa y te entristece, a veces, pero te hace sentir viva, capaz.

Llegados a este punto, podríamos definir el periodismo narrativo como aquel que toma algunos recursos de la ficción –estructuras, climas, tonos, descripciones, diálogos, escenas- para contar una historia real y que, con esos elementos, monta una arquitectura tan atractiva como la de una buena novela o un buen cuento.

De esta manera, podría empezar una crónica diciendo: “Laura decidió comprarse un billete de avión”. Pero, ¿no es más bello hacerlo así?: “Nerviosa, se decantó por comprar el billete de avión que le llevaría a una, al fin, felicidad merecida. Salió disparatada de casa, como si tuviera miedo a que el tiempo la atrapara y no pudiera salir nunca más de aquella pequeña ciudad. Sus labios, mordidos. Sus piernas ya firmes, antes temblorosas. Sus ojos…qué decir, los más inocentes y salvajes que cualquiera pueda imaginarse. Su maleta, rasgada y con una rueda rota. Laura sabía lo que hacía, o eso creía mientras a su joven corazón seguía”. ¿No transmite más?, ¿no te alegras por Laura?, ¿no necesitas saber sobre su aventura?

De este modo, ¿por qué escribimos, para qué escribimos, cómo escribimos? Lean a Leila Guerriero, y si no piensan hacerlo, les diré una cosa: las respuestas a estas preguntas se dejan a la imaginación del lector inteligente. ¿Recordáis cuando de pequeños nos parecían todos los adultos iguales? Pues a la par que a Leila Guerriero, a mí no. Y así, “escribo para terminar de escribir”.

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