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Los discípulos de Hugh Glass

Rafael Nadal y Roger Federer durante la entrega de trofeos del Open de Australia 2009

En la película que le ha valido el único Oscar que ha conseguido hasta ahora, Leonardo DiCaprio encarnó en El Renacido a Hugh Glass, un trampero popular en el Oeste de los Estados Unidos que fue abandonado a su suerte por sus colegas de gremio tras sobrevivir a la emboscada de un grupo de indios que les arrebataron las pieles que habían conseguido: primero por el capitán de la expedición y después por los dos compañeros junto a los que fue abandonado.

Por si fuera suficiente, uno de los dos compañeros y con quien además guardaba cierta enemistad, John Fitzgerald, asesina a su hijo. A tenor de lo visto estas dos últimas semanas en Australia, se puede decir que Rafael Nadal y Roger Federer se han reencarnado en Glass.

El deporte de élite, como ese capitán de la expedición de tramperos, vive del momento, de las circunstancias temporales y, en definitiva, del instante. Un pasado glorioso te asegura el respeto del mundo entero y que perdures en su memoria pero no una presencia vitalicia en la cima.

Como ganadores que son, Nadal y Federer perdieron, pues, lo que más querían: el hedonismo del éxito constante en el que han vivido durante la mayor parte de sus carreras deportivas.

Sin embargo, se perdieron para reencontrarse, para renacer, para volver al lugar que nunca quisieron abandonar, para demostrar que no están moribundos sino que están más vivos que nunca.

La enésima batalla de la mayor rivalidad tenística del presente siglo vivirá un nuevo capítulo que escribirá otra página en la historia del tenis.

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