Cinco títulos de seis posibles. Así cierra el Real Madrid el 2017 que tiene como plato final un clásico determinante para afrontar el año venidero. El camino hacia la consecución de los triunfos madridistas comparten un denominador común basado en la convivencia con la crítica constante. Eso sí, respaldada por un juego carente de belleza pero con un éxito impecable.
Dentro de esta tragicomedia, con sus correspondientes buenos y malos actores en función de la escena, sobresale en el guión el papel de Zinedine Zidane. A punto de cumplir el segundo aniversario en el Real Madrid, su periplo se ha caracterizado por la constancia y la tranquilidad. La sonrisa habitual en rueda de prensa siempre ha definido su carácter confiado en que las decisiones que él toma son las importantes. Y no las que reclama la tribuna. Zidane se mantiene fiel a una filosofía que le ha permitido firmar el mejor año natural de la historia del Real Madrid.
Quizás que este arte que tiene Zidane deje otra historia más. Una hipotética victoria ante el Barcelona, sumada al chute de moral tras la obtención del Mundialito, permitirá al Real Madrid recuperar la actitud que siempre le hace campeón. Enero es una puerta que se abre en el destino de la escuadra madridista. Pero tampoco nos engañemos del todo: este club vive de la crítica y de los momentos amargos. Una fuente de motivación peculiar pero a la vez eficaz, que funciona con la suma de reproches continuados para acabar cada campaña volteando la opinión de los más detractores. Aquellos que siempre acaban pensando que el Real Madrid ya gana por inercia.
Acuérdense de que la euforia es un sentimiento que en el Real Madrid pervive de forma efímera. Ganar un título no te exime de que tu afición esté pidiéndote que repitas la misma hazaña en la próxima edición. Al fin y al cabo eso es el Real Madrid; la exigencia persistente con la gloria pasajera. Y nada más.