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No pidas permiso, Charles

Leclerc, aconsejado por Mattia Binotto en su primer Gran Premio vestido de rojo

¿Senna habría pedido permiso para adelantar? Cuestión obligada. No ya por la comparación de Leclerc con Ayrton, inevitable por la velocidad natural del monegasco, sino por la excesiva prudencia con la que el nuevo piloto de Ferrari acometió su primera diatriba en la escudería italiana. Se limitó a subrayar por la radio esa petición velada, evidente para todos, lanzando una tímida pataleta de hermano pequeño que nada manda en casa. Charles es un recién llegado y sabe que la apuesta de Ferrari por él tiene un precio. No defraudar, acatar las normas, ser hombre de equipo y morderse la lengua o, en su defecto, levantar el pie del acelerador cuando toca. Por eso, en Albert Park, Leclerc renunció a su propia esencia de campeón voraz para mitigar un entuerto rojo que pudo ser mayor.

El duelo entre Leclerc y Vettel no llegó, pero sí las críticas. Llueven desde todos los puntos, porque a la exigente prensa italiana, o a los cada vez más abundantes detractores de Vettel, hay que sumar esta vez los reproches clásicos de aquellos ingenuos, no pocos por cierto, que siguen entendiendo la Fórmula 1 como un deporte individual en el que no caben mensajes cifrados de arriba para beneficiar al colectivo. La historia de las órdenes de equipo es larga, pero viene ligada al nombre de Ferrari desde siempre y eso levanta más polémicas de las que debería haber. El decoro y el momento suelen ser los dos elementos más sensibles para que la anécdota se vuelva polemizable y, seguramente, en este caso falló lo segundo. Tragar órdenes de equipo en la primera carrera es difícilmente digerible, más aún en el caso de una dupla en la que, supuestamente, la equidad primaría un poco más con respecto a los últimos años. No nos engañemos. Ferrari no ha colocado a Leclerc en uno de sus coches para ejercer de simple y llano escudero.

Desde su nombramiento como ‘team principal’, todo el mundo observa a Binotto esperando que demuestre con sus palabras, gestos, o acciones de qué pie cojea. Es inevitable. Por todos es sabido que la pasada temporada fue de los más críticos con las mil y una ocasiones desaprovechadas por Vettel y le sobraba la sobreprotección de Arrivabene ante las claras evidencias. Es por ello que, a toda costa, el acomplejado suizo se está intentando quitar ese sambenito con declaraciones que, en verdad, no piensa, como el día de la presentación del SF90, cuando abogó por marcar un claro número uno y que le obligó, incluso, a recular tiempo después para dejar claro que sus dos pilotos podrían “luchar en pista”. Ahora, después de Australia, algunos han vuelto a picar el anzuelo, cuando la realidad es que Binotto se sentía en deber de mantener posiciones tras haber perjudicado claramente a Sebastian (más rápido que Leclerc durante todo el fin de semana) con un desesperado undercut sin paracaídas que comprometió absolutamente los neumáticos del alemán el resto de la carrera, hasta el punto de perder un podio que estaba al alcance de su mano.

Normalmente las órdenes de equipo afloran para beneficiar al piloto más rápido o al piloto mejor posicionado en el campeonato. No así en este caso. Dictar justicia, espantar estigmas… son los motivos, pero falta uno. Binotto no quería más líos. Bastante tenían ya, después de un auténtico vía crucis de Gran Premio. El viernes sus certezas chocaron contra el, a veces, inexplicable muro de la realidad; el sábado constataron la gravedad de su situación y el domingo lo único que podían hacer era salvaguardar las constantes vitales del herido en batalla. No era día para poner en bandeja comparaciones. Permitir que el piloto más rápido fuera a la caza de Verstappen en las últimas vueltas era ya una completa quimera, así como pujar en la subasta de la vuelta rápida, muy barata de primeras, sobre todo con las presumibles paradas gratis de Vettel y Leclerc, pero que se habría vuelto demasiado cara si el nuevo y reivindicativo Valtteri Bottas hubiera cambiado también sus gomas. Ferrari abre el paraguas. Lo hace demasiado pronto este año. Pero mientras arrecia el diluvio a la espera de días mejores, Charles se preguntará a qué más estará dispuesto a renunciar. Porque mientras Ferrari encuentra su rumbo, él tendrá que seguir renunciando a su inherente naturaleza.

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