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Unidad frente a división

El rey Felipe VI junto al presidente de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonès, en el Mobile World Congress | CASA REAL

OPINIÓN | “Quiero subrayar una vez más el firme compromiso de la Corona con la Constitución y con la democracia, mi entrega al entendimiento y la concordia entre españoles, y mi compromiso como Rey con la unidad y la permanencia de España".De esta manera, Felipe VI finalizó el discurso más difícil como Rey de España en los casi ocho años y medio que lleva en el cargo el 3 de octubre de 2017, tras el referéndum ilegal celebrado dos días antes. El monarca dirigió a la Nación un discurso sereno pero firme a la hora de garantizar la unidad de España y las garantías constitucionales que radican en su propia figura, unas palabras que aún hoy siguen muy presentes.

Aunque ha pasado un lustro, el desafío soberanista de Cataluña sigue muy presente. Es cierto que ahora está en un plano diferente, con las fuerzas soberanistas enfrentadas por las formas de afrontar el conflicto -mientras que ERC apuesta por el diálogo y la solución pactada, JxCAT mantiene su compromiso con la vía unilateral-, pero la independencia como utopía sigue encima de la mesa. El gobierno presidido por Pedro Sánchez ha mostrado voluntad para alcanzar algún tipo de acuerdo dentro de la legalidad con gestos muy concretos y significativos -conceder, el pasado junio, el indulto parcial a los líderes condenados por Tribunal Supremo en el juicio del procés-, un primer elemento necesario para intentar sellar viejas heridas del pasado. Sin embargo, no parece que sea suficiente.

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Felipe VI se antepuso esa difícil noche frente a la ruptura del país y de sus autores por “quebrantar los principios democráticos de todo Estado de Derecho y socavar la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana”, produciendo “la fractura y el enfrentamiento de sus ciudadanos”. Ese referéndum, sin garantías legales y sin el respaldo de la comunidad internacional, fue una suerte de espectáculo venido a menos sin ningún rigor a la hora de registrar el voto.  Fue la explosión de una parte de la sociedad civil que, alentada por los deseos y promesas vaciadas de contenido de unos líderes políticos, acudió a unas urnas estériles cuyo único resultado fue más enfrentamiento y más división. Felipe VI ensalzó acertadamente su propia figura como garante de la continuidad de España frente al pulso soberanista en Cataluña. Y digo acertadamente porque la Jefatura del Estado debe ser el nexo de todo el país, de norte a sur y de este a oeste, como común denominador de la identidad del país y de sus intereses. 

Muchas cosas han cambiado desde ese 3 de octubre. La política ha cambiado, con un Ejecutivo de un cariz diferente. Los que antes eran “enemigos” de España, ahora son socios legislativos de La Moncloa. Cuando desde el despacho de Rajoy se negaba el diálogo, ahora las puertas de la Jefatura del Gobierno están plenamente abiertas. Y no es que ninguna de las dos posturas sean las adecuadas. Lo único adecuado es velar por la garantía de España para preservar los intereses y deseos de toda su ciudadanía.

Y la única forma de conseguirlo es a través de la unidad. La comunión frente a la crispación. Sumar en vez de restar. La unidad frente a la división.  

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