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De un bar de carretera al intento de boda con un moribundo: la vida de Ana Julia en Burgos

Imagen de Ana Julia cuando trabajaba como carnicera.

En 1991, una joven dominicana salía de su país de origen con tal solo 16 años con el fin de ganar dinero para ayudar a su familia humilde. Se llama Ana Julia Quezada, y vuela destino España.

Sin dinero, sin casi ropa y sin saber a dónde ir. Esa era la situación de la asesina del pequeño Gabriel. Por lo tanto, con los consejos de su tía, se acerca al mundo de la prostitución de mano de El Piccolo, un bar de carretera del burgalés pueblo de Briviesca. Será aquí donde Ana conozca a su primer novio español: Miguel Ángel, el cual se enamoró de ella en 1994 y “compró los papeles de Ana Julia al dueño del prostíbulo”, yéndose a vivir con ella a su casa del barrio de Gamonal, en la ciudad de Burgos. Al mes estaban casados civilmente y con una niña en camino. “Todo fue rápido, rápido. Para que no se la pudieran llevar de vuelta a República Dominicana y pudiera quedarse tranquila con Miguel Ángel”. Empezó a trabajar como carnicera.

Tras años de suerte, en los cuales llegaron hasta ganar un importante premio en la lotería, la mujer consiguió traerse a una niña de una relación anterior que dejó en su país. Tenía cuatro años y se llamaba Ridelca Josefina. Miguel Ángel la adoptó como su hija, pero el destino se truncó a los cuatro meses de su llegada: la niña moría al caer por la ventana de la casa. El suceso, que fue archivado como “accidente”, ha sido reabierto tras los últimos acontecimientos. Según testigos del entierro de la pequeña, vieron que Ana Julia no lloró. “Jamás fue cariñosa”, aseguran. Con el paso de los años, la pareja se separó con una demanda de malos tratos por parte del hombre de por medio y una hija en común, Judith. La demanda fue archivada y ahora es ella, Judith, la que está ingresada por una crisis nerviosa al ver cómo las redes sociales se volcaban contra ella por un hecho cometido por su madre. En la actualidad apenas tenían relación.

El paso del tiempo curó las heridas del amor en el corazón de Ana, que se acercó a un hombre adinerado de la ciudad. Según los vecinos, se enamoró “de su dinero”. Se llevaban 20 años y, al poco tiempo de empezar la relación, el hombre enfermó de un cáncer terminal. Viendo próxima la muerte de su pareja, Ana le incitó a que firmara un seguro de vida valorado en 35 euros. Mintió a su marido diciendo que tenía que extirparse un tumor en el pecho cuando en realidad lo que quería era someterse a una cirugía que le aumentase el tamaño de los mismos. Además, dos días antes de que el hombre muriera, se presentó con un cura en la habitación del hospital para contraer matrimonio con el moribundo. Sin embargo, la hermana y los hijos del enfermo consiguieron impedir el enlace. Según la hermana del difunto, el mismo día del entierro la vieron “saliendo de juerga”.

El último amor de Ana fue Sergio, un trabajador de El Diario de Burgos. Con él, tras visitar Las Negras, planteó una mudanza que se hizo efectiva hace tres años. Allí regentaron un bar, Black, que traspasaron a los pocos meses por la ruptura de la pareja. Pocas semanas después conocía a Ángel, el padre del niño cuya vida acabaría en sus manos el pasado 27 de febrero.

La asesina confesa de Gabriel aceptaba la autoría del crimen ayer por la tarde, después de que se celebrase la misa funeral en recuerdo de Gabriel. Los restos fueron enterrados en la más estricta intimidad.

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