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Padre Ángel García Rodríguez y los avatares de la codicia, entre muerte y muerte

Hay quien le llama El Ángel de la Muerte, a saber.

Residencia de ancianos de La Bañeza (León): 72 muertos, posiblemente, por covid-19; tal vez, solo la punta del iceberg en un conjunto que supera el centenar de centros de día, pisos tutelados y residencias, todos de la Fundación Mensajeros de la Paz; un tinglado que surgió al amparo de una asociación del mismo nombre, en 1962, reconvertida en ONG y rehecha en fundación. Largo camino, exento de rendir cuentas, siempre allanado con el advenimiento del clero y los políticos de turno, todos prestos a posar para la prosperidad y la posteridad, hasta marzo (2020) cuando aparecen los cadáveres y, esta vez, hay denuncia ante el juzgado y ante la opinión pública. Vaya, vaya, con tantas empresas, alguna se ‘ha quemado’ e, insólito, los ‘bomberos’ hablan del ‘fuego’ con la boca chica y mucho miedo, porque saben de represalias y silencios. Pero, 72 muertos, son muchos muertos en un mismo habitáculo, en una ciudad de mediano tamaño, como las que le gusta colonizar a los de esta fundación, que se destapa como un conglomerado de entidades refugio de los intocables.

Hasta donde he podido averiguar, el personal de los centros es tan escaso como sus salarios; claro que, el padre Ángel García Rodríguez está acostumbrado a vivir del voluntariado, y contratar y pagar, es un ejercicio de difícil digestión; además, ya se sabe, haga lo que haga este sacerdote y los que le han puesto ahí están exentos de responsabilidades, porque  ‘a las del padre Ángel, ni tocar’. Hace meses, cuando pudo saltar el escándalo silenciado, se llevo a Fiscalía de León este caso de ‘abandono con resultado de muertes’, que algunos valientes echaron a la luz, léase a José Miguel Pérez en su crónica para El correo de España, por ejemplo. El letrado que lleva la causa es Ricardo Alonso Fernández, de la Asociación de Defensa del Paciente, que está bien armado de leyes y, espero, que más aún de paciencia; mucha va a tener que reunir, para avanzar en el sumario que reúne la investigación que, dicen, hacen, los funcionarios públicos; los mismos que no abrieron diligencias de oficio, como les compete, ante tan alarmante situación.

Mi lector favorito seguro que se pregunta, y ¿cuántos más muertos han callado en el resto de centros?; por triste que es: miles, en toda España, que han dejado a otros tantos miles de familiares desolados, desamparados y olvidados. Familias a las que no se informó de la situación de sus ancianos ni de su fallecimiento, hasta que la situación reventó por insostenible y tuvieron que ir los militares a sacar los cuerpos inertes, ocultos tras las puertas que esconden el horror. Las mismas por las que entran mayores que pagan unos 2 euros al mes (más de 300 de las añoradas pesetas), ante la incapacidad nacional de acogerles en residencias públicas, porque son tan escasas como la honradez de los que mueven el mondongo de la oferta privada. Me cuentan, los que trabajan dentro, que los ancianos viven como sardinas en lata, con escasos cuidados por carencia de profesionales y servicios médicos a cuenta gotas. Es el día a día de un segmento social arrastrado a la especulación de los últimos años de vida, de quienes no tiene otra opción: los abuelos que paguen y que hagan como los monos de Gibraltar.

Hace semanas se me ocurrió pensar: ¿no hay controles?, ¿inspecciones? a estos hogares que albergan a millares de personas en situación vulnerable. Pues, no; y, cuando las hay, se hacen previo aviso, para que lo que se enseña y muestra esté en perfecto orden de revista; y que corra el agua por el río, porque ‘aquí paz y después, gloria’. Si está pendiente y urge una investigación profusa sobre este escandalazo social de ámbito nacional, también lo está una revisión de las cuentas de tamaña ‘máquina’ de generar beneficios geriátricos a expuestas, que corren con patas largas hacia esos paraísos fiscales y celestiales, de los que gozan muchos que tiene la boca henchida de hablar de los pobres y su pobreza, de sus obras de caridad, de sus comedores… Ay! padre Ángel.

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