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Más de 4.700 kilómetros hacia la esclavitud sexual

Niamey, Níger.

Con un hatillo donde guardan escasas pertenencias, muchas palabras llenas de falsas promesas; el ansia puesta en un futuro mejor, con o sin despedidas. Otras, salen a rastras de los arrabales que no se libran de robos, saqueos, agresiones, violaciones y muerte.

En los últimos 25 años, se calcula que 1 de mujeres han salido de Nigeria, de las ciudades de Ibadan, Lagos y Benin City rumbo a Europa y EE UU. El camino, los más de 4.700 kilómetros que recorren durante semanas, solo es el anticipo de lo que les espera al llegar a su destino, muchas veces, itinerante.

Por el Mediterráneo

Los tratantes de seres humanos pueden elegir la ruta hacia el Mediterráneo. Salir desde Benin, y dirigirse en vehículos hacia Níger, el segundo país más pobre del mundo, azotado por golpes de Estado y dirigido por juntas militares, cuando se presta la ocasión. La capital, Niamey, está rodeada de grandes poblados de casas de tierra y, más allá del perímetro urbano, no cuentan con asfaltado ni saneamiento. Las condiciones de vida a las que se enfrentan sus habitantes son muy difíciles.

Recorrer de sur a norte Níger implica medidas de seguridad que los tratantes extreman, además de pequeños pagos a los que dejan pasar al enésimo convoy de nigerianas que son conducidas a Libia. Las autoridades y policías conocen bien el destino de estas niñas y jóvenes que permanecen calladas, y siguen las órdenes de sus custodios.

Los más de 1 kilómetros que distan entre Benin a Niamey, no han sido el viaje de un turista. Los captores tienen varios ‘trabajos’: retener y evitar la fuga de sus esclavas, y violarlas repetidas veces, para someterlas a su voluntad y procurarles un embarazo, esta violencia sexual suelen practicarla, ya antes de emprender camino.

Cruzar Niamey hacia Libia es algo más complicado, por la guerra que se libra en el país del dictador Muamar Muhamad Abu-minyar el Gadafi, desde que se enfrentara, en 2011, a sus opositores, reunidos en el Consejo Nacional de Transición, que han apoyado distintos países de la OTAN. Un conflicto que se recrudece, en 2014, y que mantiene dividido al país en zonas; Cirenaica, dominada por el general Jalifa Haftar y Tripolitania, bajo el mando del Gobierno de Acuerdo Nacional, repleta de extremistas armados.

Pero ambos lados, este y oeste, necesitan financiación para avanzar en sus propósitos y quedarse con el país, ahora fragmentado; y no hay acicate mayor para una mafia que poder campar a sus anchas entre revueltas y a golpe de dinero. Ahí, en Libia se dan cita las células de los miembros nigerianos de la Supreme Eiye Confraternity (SEC), reyes de la prostitución, con tentáculos en todo el mundo.

Y están las mafias de tratantes asentadas en la costa mediterránea, con epicentro en Trípoli, que obtienen pingües beneficios cuando facilitan el asentamiento de los migrantes que huyen de las balas, el hambre y el cautiverio de otros países del oriente africano; y proporcionan embarcaciones para cruzar el mar, a razón de 1 euros por persona, o más, dependiendo de cómo sea el ‘pase’; y están los mafiosos que procuran la documentación falsa; éstos los hay en Nigeria, Níger y la misma Libia, porque a las víctimas les cambian la identidad a lo largo de los kilómetros que llevan en sus cuerpos.

Quemar las naves

La situación que se vive en el litoral de Trípoli es dantesca. Las playas que se extienden entre Trípoli y la frontera con Túnez son un nido de mafias. La Organización Internacional de las Migraciones (OIM), dice que más de 171.635 inmigrantes irregulares lograron cruzar a Europa, en 2017, y 3.116 murieron en el mar.

Se estima que en los campamentos de migrantes de Trípoli hay más de 800 personas a la espera de llegar a Europa. Aquí, los refugiados pasan meses hasta lograr una nave, sea cual sea, que les emproe a ‘la tierra prometida’. Unos meses en los que los embarazos de las esclavas nigerianas les posicionan en la lista de ‘envíos’, porque las madres tienen más posibilidad, si llegan, de obtener la categoría de refugiadas.

Si el largo viaje está repleto de violencia y terror, en este tramo se agudiza el sufrimiento de los desamparados que, cuando obtienen plaza en la barcaza han de sobrevivir a los temporales, el frío, el hambre, a sus captores y a los muertos con los que suelen surcar las aguas: esos que no han podido ver su nueva frontera.

Campos

Los campos de refugiados libios son la descripción más atroz del horror, la antesala de los campos de la pequeña isla de Lampedusa, hasta 2016. Pero los mafiosos esperan con impaciencia a sus víctimas, porque cada día que pasa es un día menos de beneficio. Y cuando las niñas están en territorio italiano, lo tienen todo listo para sacarlas del campo, con sus falsas identidades, y llevarlas al destino asignado por la célula a la que pertenecen: la misma Italia, Austria, Alemania, Francia y España.

Cuando comienzan a prostituirlas por dinero, la mayor parte de las veces pasan por distintos destinos, ciudades y barrios de diferentes países, donde se enfrenta a otro hándicap: el idioma. La comunicación es, prácticamente nula. Además, quienes han sido madres y permanecen con sus bebés, hasta obtener el estatuto de refugiadas o papeles con los que recorrer Europa, van a sufrir otra tortura: sus hijos son rehenes de los mafiosos, que les amenazan con quitarles la vida si huyen o les delatan, o peor aún…

Para muchas, este año que ha transcurrido desde que fueran sacadas de sus vidas, y donde creían que han soportado todo por algo mejor, la realidad les asalta por la espalda como una mala puñalada. Ahora les toca vivir hacinadas, vender su cuerpo en la calle, burdeles, casas, clubes y donde les lleven, por 20 euros, que entregan a sus proxenetas.

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